El príncipe Andrés estaba obsesionado con los pies de Virginia Giuffre, la joven de 17 años que sus amigos Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell habían seleccionado para él. “Comenzó a masajearlos y a chuparme el arco plantar. Era la primera vez que me hacían algo así y me entraron cosquillas. Me puse nerviosa pensando que querría que le hiciera lo mismo. Pero no tuve que preocuparme por eso. Tenía prisa por tener sexo. Después, me dio las gracias con su entrecortado acento británico. En mi recuerdo, todo ocurrió en menos de media hora”, relata Giuffre en sus memorias póstumas, Nobody´s Girl: A Memoir of Surviving Abuse and Fighting for Justice (La Chica de Nadie: Memorias de Supervivencia ante Abusos y de Lucha por la Justicia). El diario The Guardian ha publicado un fragmento del esperado libro.
El segundo hijo de Isabel II tenía entonces 41 años, más del doble que la víctima. Era el 10 de marzo de 2001, y el multimillonario y su amiga Ghislaine, la socialité británica que lo introdujo a un mundo de famosos y de lujo y que recolectaba menores para colmar sus fantasías sexuales, habían volado de Estados Unidos a Londres para pasar unos días en el apartamento que Epstein tenía cerca de Hyde Park. Se llevaron con ellos a Virginia —Jenna, la llamaban, el nombre con que su familia se había dirigido a ella desde pequeña—, que por entonces ya era una compañía habitual en todos sus actos sociales.
“Adivina la edad de Jenna”, desafió Maxwell a su amigo Andrés cuando le presentó a la joven. El duque de York dio en el clavo. “Mis hijas son apenas algo más pequeñas que tú”, explicó su acierto. “Vamos a tener que intercambiarla pronto”, replicó la británica, en una dudosa broma de mal gusto sobre cómo Giuffre comenzaba a hacerse mayor.
“Han pasado los años y he pensado mucho en cómo se comportó aquella noche. Fue lo suficientemente cordial, pero muy consciente de sus privilegios. Creía que tener sexo conmigo era su derecho de nacimiento”, recuerda Giuffre. A la mañana siguiente, Epstein le dio 15.000 dólares de recompensa y le felicitó: “Lo has hecho muy bien. El príncipe se ha divertido”.
Hubo dos encuentros sexuales más con el príncipe Andrés. En Nueva York, un mes después. Fue en otra de las casas del millonario estadounidense. De aquel encuentro surgió la foto que el duque de York ha intentado combatir durante dos décadas, afirmando su falsedad. Andrés agarra del talle a Giuffre, que viste vaqueros estampados y un top rosa que deja al aire su cintura. “Mi madre nunca me hubiera perdonado que conociera a alguien tan famoso como el príncipe Andrés y no me hiciera una foto. Corrí a por mi Kodak FunSaver, que estaba en mi habitación, volví y se la di a Epstein. Recuerdo cómo el príncipe puso su brazo alrededor de mi cintura mientras Maxwell sonreía detrás nuestro. Epstein tomó la foto”, describe Giuffre.
Hubo una tercera ocasión, recuerda en sus memorias. En una enorme isla, propiedad del millonario, en el archipiélago de las Virgin. “Epstein, Andy [el diminutivo de Andrés], otras ocho chicas aproximadamente y yo tuvimos sexo juntos. Todas ellas aparentaban tener menos de 18 años y no hablaban inglés”, relata.
Virginia Giuffe cerró un acuerdo multimillonario extrajudicial con el duque de York en febrero de 2022, para zanjar la demanda que había interpuesto por abuso sexual contra el hijo de Isabel II. Nunca se hizo pública la cifra entregada por el príncipe, que jamás admitió oficialmente su culpabilidad. La prensa británica habló de unos 14 millones de euros. Gran parte de ellos salieron del patrimonio personal de la entonces reina de Inglaterra.
Tres años después, el 25 de abril de 2025, Giuffre se suicidó. Sus memorias póstumas saldan ahora su cuenta personal con un pasado que nunca se relató como ella hubiese querido.
Mar-a-Lago y Donald Trump
Cuenta Giuffre que su acceso al sórdido mundo de Epstein comenzó en Mar-a-Lago, el lujoso club de estilo colonial español que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, posee desde 1985. El padre de la joven era el encargado de mantenimiento del sistema de aire acondicionado, algo imprescindible en esa zona cálida y húmeda de la Florida estadounidense.
Entró pronto a trabajar en el club para realizar tareas menores, y su padre, que exhibía con orgullo sus fotos con Trump, la presentó pronto al magnate inmobiliario. “¿Te gustan los niños?“, le preguntó con amabilidad, para explicarle a continuación que podía hacer de cuidadora de los hijos de alguna de las familias que se alojaban en las viviendas que rodeaban el club.
Pero su verdadera entrada al mundo de Epstein ocurrió cuando Ghislaine Maxwell la divisó desde su vehículo cuando caminaba hacia el trabajo. Giuffre averiguó más tarde que esa “depredadora de las altas esferas” la había seguido lentamente durante todo el recorrido.
Maxwell realizó su movimiento de aproximación unos días después, cuando vio a la joven Giuffre detrás del mostrador de mármol de la recepción del spa, leyendo un libro de anatomía. “Aquella niña pensaba que estudiando ese libro encontraría algo que nunca había tenido en su vida: un objetivo”. Soñaba, cuenta, con trabajar de masajista para todos esos multimillonarios.
La socialité británica la sedujo para acudir una noche a la casa de Epstein, en el 358 de El Brillo Way. Cuando la condujo a la habitación donde se encontraba el multimillonario, las esperaba ya desnudo en una camilla, tumbado de espaldas. Con el pretexto de enseñarla a dar masajes, y con la complicidad de Epstein, que le preguntó cosas como su edad, cómo había sido su primera relación sexual o si tomaba anticonceptivos, y que no dejaba de bromear con que era una “niña traviesa”, acabaron forzándola a practicar un trío sexual.
“Un vacío que ya me resultaba familiar volvió a inundarme”, relata Giuffre, que había cometido el error de confesar a Epstein cómo había sufrido abusos sexuales años antes en el entorno familiar. “¿Cuántas veces había depositado mi confianza en alguien para acabar herida y humillada? Podía sentir cómo mi cerebro se iba cerrando. Mi cuerpo no podía escapar de esa habitación, pero mi mente no podía soportar la idea de permanecer. Me puse en modo de piloto automático: sumisa y dispuesta a sobrevivir», recuerda Giuffre.
Epstein guardó a la joven como una especie de mascota, que llevaba a todos sus viajes y fiestas. Giuffre responde en sus memorias a todos aquellos que le han reprochado que eligiera permanecer en ese ambiente. “Muchas de nosotras hemos sido violadas o abusadas de niñas. Éramos pobres o sin hogar. Chicas de las que nadie se preocupaba. Y Epstein pretendía hacerlo. Un maestro de la manipulación, parecía arrojar un salvavidas a chicas que se estaban ahogando”, explica.
Giuffre se afana en recordar al futuro lector que Epstein no era un caso aislado, sino la manifestación concreta del modo en que muchos hombres poderosos tratan a las mujeres y a las niñas, “convencidos de estar por encima de la ley”. “Y no te dejes engañar por todos aquellos del círculo de Epstein que aseguran que no sabían lo que hacía. Epstein no solo no lo escondía, sino que disfrutaba con el hecho de que los demás lo vieran (…) Y los demás lo vieron, y no les importó”, acusa.
Rafa de Miguel, El País