El presidente de EEUU, Donald Trump, aseguró este martes que los aranceles generalizados del 25% que anunció sobre las importaciones de acero y aluminio posponen su entrada en vigor hasta el mes que viene. El plazo elegido no es en absoluto casual ya que, de momento, evita un inminente encontronazo con una de las áreas económicas directamente afectadas por esos gravámenes: la Unión Europea.
No en vano está aún en vigor –y así seguirá, y no por casualidad, hasta el 31 de marzo de este año– el pacto por el que EEUU se comprometió, en el inicio de esta década, a suspender todo arancel sobre el acero y el aluminio europeos, a cambio de que la Unión tampoco gravara un amplio repertorio de productos estadounidenses.
Si Trump hubiese roto ya la baraja con respecto a los términos de este pacto, las autoridades del Viejo Continente se verían también automáticamente liberadas para retomar esas mismas penalizaciones. Se crearía así un escenario en el que las empresas estadounidenses tienen igualmente mucho que perder. Ahora, evitando la precipitación, la Casa Blanca se brinda un tiempo valioso para presionar, aprovechando el tiempo de vigencia que aún le queda al actual tratado bilateral anti-aranceles.
Este cortafuegos es técnicamente denominado como Reglamento sobre técnicas de reequilibrio acerca de los productos intercambiados entre ambas orillas del Océano Atlántico. Su origen se remonta a 2021, ya que el afán de penalizar la entrada de acero y aluminio extranjeros, pese a ser materiales vitales para la industria de EEUU, constituye una obsesión que ya caracterizó el primer mandato de Donald Trump. Con el fin de desmontar esa política, y tender de nuevo puentes con Bruselas, el sucesor de Trump en el Despacho Oval, Joe Biden, llegó a este entendimiento con Bruselas en octubre de 2021.
A cambio los Estados miembro de la Unión también se comprometieron a renunciar a cualquier represalia arancelaria contra Estados Unidos.
Desde las motos al whiskey
En otras palabras, dieron marcha atrás en sus planes de gravar un amplio repertorio de productos de la primera potencia mundial, que discurre desde las motocicletas Harley Davidson hasta la variedad americana del whiskey, el bourbon, que se destila en los Estados del sur de Estados Unidos.
El resultado fue tan favorable que ambas partes decidieron renovar el acuerdo cuando éste afrontó, en diciembre de 2023, su primera fecha de caducidad. Tras esa revalidación, la siguiente meta volante se sitúa en el 31 de marzo de este ejercicio. Y ahora Trump parece que no está tan decidido a dar un puñetazo en la mesa y obligar a replantear las relaciones comerciales euroestadounidenses.
En el lado europeo, también tienen muy claro que la continuidad del actual acuerdo sería muy beneficiosa para sus intereses. Desde las patronales industriales españolas, país este último que se juega 400 millones al año en exportaciones de aluminio y acero, consideran que constituye «un blindaje» a la hora de minimizar los efectos de unos aranceles que golpearán con fuerza a otras áreas, como México, Canadá o, más cerca del Viejo Continente, a Turquía.
Las tasas afectan más a Estados republicanos
Aun cuando casi todo el mapa de Estados Unidos se tiñó del rojo republicano en las pasadas elecciones de noviembre de 2024, lo cierto es que sigue existiendo un grupo de circunscripciones que siempre son siempre fieles a los rivales del Partido Demócrata, en general, y a Donald Trump en particular.
Y la mayoría de ellos, desde Kentucky a Wisconsin, pasando por Texas o Florida, se vería afectada si la Unión Europea se encontrara con las manos libres para castigar los productos estadounidenses, en respuesta al hipotético regreso de los aranceles estadounidenses del 25% al acero y al aluminio. Ese retorno fue amagado por nuevo inquilino de la Casa Blanca a principios de esta semana.
Motocicletas, bebidas alcohólicos o incluso productos alimenticios como el zumo de naranja (elaborado en las costas de Florida e importado por algunos países del Viejo Continente) son los objetivos señalados por las autoridades europeas desde 2021, dentro de la políticas que eufemísticamente se clasifican como de «reequilibrio comercial». Y todos esos productos tienen una gran presencia en la mitad sur de los Estados Unidos.
Obviamente, en una segunda fase, Europa podría también defenderse atacando un objetivo todavía más ambicioso como es el constituido por la operativa de las multinacionales tecnológicas estadounidenses. Sin embargo, en este caso, la Unión lo tendría más difícil para encontrar sustitutos, sin tener que recurrir a los protocolos de otras potencias extranjeras, no siempre aliadas, como es el caso de China.
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