El Gobierno, se ha señalado en reiteradas oportunidades, muestra una
intolerancia hacia la crítica que llama la atención. La semana pasada concluyó
con un incidente en Pueblo Libre, en el local del partido aprista, donde se
secuestró, golpeó y amenazó a dos periodistas de “La Ventana Indiscreta”, pero
ya días antes existieron las palabras presidenciales que afirmaban que quien
criticaba al Gobierno le hacía el juego a Chile, y el enfrentamiento
presidencial con el diario “La República”. Sin contar con los cuestionamientos a
la revista Caretas por publicar las fotos de los “parlamentarios carnavalones”.
La semana pasada la intolerancia pasó de la violencia verbal a la física
con la prensa lo cual es inaceptable en una democracia.
Esta semana se inicia con el presidente y sus partidarios acusando a los
diarios de crear fantasiosas divisiones entre Jorge del Castillo y Luis Alva
Castro, como si las tensiones no hubieran llegado al punto de tener que reunirse
en la casa de un alto dirigente aprista, buscando ambos personajes un árbitro y
un territorio neutral.
Igual sucede con los líderes de la llamada oposición. Cada vez que se
critica un nombramiento, o una acción del Gobierno, en lugar de reconocer el
error (como suelen hacerlo siempre tardíamente), se inicia un ataque, o aparecen
los tránsfugas a cuestionar a sus ex partidarios.
Incluso los organismo de control como el SNIP, Consucode o la Contraloría
son mal vistos por el aprismo, a quienes siempre se les amenaza con
reorganizaciones o modificaciones legales.
¿Cuál es el límite del Gobierno con la prensa?¿Hasta que punto están
dispuestos a aceptar críticas y cuestionamientos?
Lo que estamos observando es una actitud prepotente e intolerante, propia
de gobiernos autoritarios y no de una democracia. Y ello a pesar de que los
cuestionamientos que se realizan han venido mostrando su justificación con el
paso del tiempo.
Si el gobierno aprista no ha aprendido a reconocer errores, si el
presidente García no reconoce que puede equivocarse, su destino es tener errores
mayores y equivocaciones insalvables, tal como sucedió hace veinte años. Y ya no
podrá decir que son errores de juventud.
El gobierno parece moverse atormentado por el “síndrome Toledo”, quien
afirmaba que la prensa le ponía la agenda. Lo cierto es que Toledo tuvo una
actitud frívola que se cuestionó pero que hoy las cifras desnudan una vez más.
Quizás la cosa sea más sencilla: basta con reconocer que son humanos y por lo
tanto pueden equivocarse. Y sancionar a la bufaleria que arremetió contra Marco
Sifuentes y Marco Antonio Vásquez.