Nadie vio nada: 'Si todo el mundo lo sabía, ¿a quién podíamos acudir?'
El documental ‘Silencio en plató: el lado oscuro de la televisión
infantil’, que llega este viernes a HBO Max, arroja luz sobre los abusos
sexuales y psicológicos sufridos por actores y otros trabajadores de series para
niños
El estallido del movimiento #MeToo en 2017 y la caída de un peso pesado de
Hollywood como Harvey Weinstein provocó, en no pocos rincones de la industria,
un efecto dominó que acabó con las carreras de poderosas figuras vistas, hasta
ese momento, como intocables. También en la televisión. El productor, guionista
y actor Dan Schneider había sido una pieza clave, desde la serie Todo eso y más
(1994), para que el canal infantil y juvenil Nickelodeon construyera su propio
Hollywood en miniatura, con sus propias estrellas preadolescentes, su propia
ceremonia de premios (los Kids’ Choice Awards) y una amplia oferta de ficción y
entretenimiento.
Tras aquel programa iniciático de sketches, a la manera de un Saturday Night
Live con niños, llegaron otros programas de gran éxito que se convirtieron en
referencia para una generación de espectadores, como Drake y Josh (2004), Zoey
101 (2005), iCarly (2007), Victorious (2010) o Sam y Cat (2013). Pero, en 2018,
su imperio finalmente se vino abajo.
Cuando se anunció el fin de las colaboraciones entre la cadena y Schneider,
la web especializada Deadline publicó un artículo que aludía a serios problemas
en la producción de sus trabajos para Nickelodeon, tanto en el trato a los
actores menores de edad como a otros miembros del equipo. Revisaba además
aspectos públicos del comportamiento de Dan Schneider, como su obsesión con los
pies de niños (Nickelodeon llegó a tener un pie como logo de marca), que tuvo
punto álgido en 2013 con una iniciativa pidiendo fotos de pies a sus
espectadores a través de Twitter.
En varios artículos e investigaciones posteriores se recogieron múltiples
testimonios de abusos verbales, peticiones de masajes o discriminación a las
mujeres, al tiempo que largos vídeos recopilatorios de chistes y guiños sexuales
frecuentemente interpretados por preadolescentes en sus programas, sobre los que
antes apenas se había prestado atención, se convertían en la comidilla de las
redes sociales.
“Recuerdo muchas risitas a mi alrededor cuando lo rodábamos y a los chicos
exclamando: ‘¡es una corrida!”, dice la actriz Alexa Nicolas en una de sus
intervenciones en el documental Silencio en plató: el lado oscuro de la
televisión infantil, serie de cuatro capítulos que se estrena este viernes en
España a través de HBO Max, pocas semanas después del revuelo causado con su
emisión en Estados Unidos.
Alexa Nicolas, en su declaración, alude a un gag de Zoey 101, donde empezó a
trabajar con 13 años, en el que la actriz protagonista recibía una sustancia
viscosa en la cara. Silencio en plató ofrece decenas de ejemplos similares de
actrices infantiles en escenas muy parecidas, pero, sobre todo, constituye el
sumario más extenso hasta el momento sobre lo sucedido en los años de Schneider
en la cadena Nickelodeon, con especial atención a los dos casos de pederastia
conocidos en su seno: los del ayudante de producción Jason Handy y el actor y
entrenador de diálogo Brian Peck, el llamado “Chico de los Pepinillos” por sus
intervenciones recurrentes en Todo eso y más portando una bandeja de
pepinillos.
Una de las grandes revelaciones de Silencio en plató, en este sentido, es que
la víctima de Peck, arrestado en 2003, fue el actor Drake Bell, de la serie
Drake y Josh, quien habla de ello en el documental por primera vez. La estrella
juvenil, que tenía 15 años cuando empezó a ser agredido sexualmente por Peck,
relata el grado de hostigamiento que sufrió y el modo agresivo en que este entró
en su vida: tras ganarse su confianza y amistad, alienó al joven para ponerle en
contra de su padre (que siempre sospechó del comportamiento de Peck) y pasó a
convertirse en un personaje habitual de su vida cotidiana, con llamadas
telefónicas constantes, visitas a su casa e incluso viajes, en compañía de
amigos, a cada una de las paradas de la gira de conciertos de Bell, que había
iniciado una carrera musical en 2002.
Kyle Sullivan, otro de los niños actores de Todo eso y más, cuenta que Brian
Peck les enseñó orgullosamente a él y otros invitados en su casa la
correspondencia escrita que mantenía con el asesino en serie y agresor sexual
John Wayne Gacy, en prisión por, entre otros motivos, matar a 33 hombres (15 de
ellos menores de 18). El actor y entrenador de diálogo guardaba como un tesoro
un autorretrato que le había enviado Gacy.
Dirigida por Mary Robertson y Emma Schwartz, con la importante colaboración
de la periodista Kate Taylor, que había llevado a cabo una extensa investigación
sobre el tema para Business Insider, Silencio en plató también muestra cómo los
abusos se producían necesariamente con la colaboración y permisividad de otras
figuras poderosas. Uno de los momentos más escalofriantes del testimonio de
Drake Bell es cuando describe el juicio a su depredador sexual, al que, asegura,
asistieron “rostros muy conocidos” en apoyo a Brian Peck. Actores como James
Marsden o Kimmy Robertson (conocida por interpretar a Lucy en Twin Peaks)
escribieron cartas al juez para pedir su liberación.
Por su parte, en casa del ayudante de producción Jason Handy, la policía no
encontró correspondencia con John Wayne Gacy pero sí 10.000 imágenes de
pornografía infantil. El caso de Handy, también detenido en 2003, es abordado en
el segundo capítulo de la serie, con la identidad de las víctimas oculta (habla
solamente una madre, bajo el nombre de MJ). El ayudante, siguiendo un modus
operandi similar al de Peck, se adentró en la vida de una joven actriz que
acababa de ser contratada para Todo eso y más y cosechó tanto su simpatía como
la de su madre. Poco tiempo después, le envió un correo con una foto suya
masturbándose y un texto indicando que estaba pensando en ella. Handy también
invitó a una niña de 9 años a jugar a videojuegos en su casa, donde la besó
repetidas veces e intentó introducirle la lengua en la boca. En su diario,
escribió: “Soy un pedófilo en toda regla. He estado cediendo a mi deseo por las
niñas pequeñas en las últimas semanas”.
Borracheras de poder y resacas de vergüenza Un aspecto común en los
relatos que encadena Silencio en plató es el rubor con el que las víctimas, que
tienen todo el protagonismo y la palabra, recuerdan situaciones por las que
pasaron hace más de 20 años. Solo tras la emisión del documental, Dan Schneider
ha pedido perdón públicamente y reconocido lo que se cuenta en él (los
diferentes capítulos de la serie cuentan con rótulos donde Schneider niega,
rebate o pone en duda afirmaciones de los entrevistados).
Un ejemplo es el de la guionista Christy Stratton, que recuerda al borde del
llanto cómo su jefe la obligó a representar una sodomía mientras tenían una
conversación o la humilló con apuestas incumplidas, como la de comer helado
hasta vomitar a cambio de 300 dólares, que nunca le pagó.
Las mujeres que trabajaban en el equipo y ofrecen sus testimonios señalan
sesgos de género por parte de Schneider, tanto en la selección del personal como
en su salario, y coinciden en que el productor se servía del humor y la falsa
amabilidad para conseguir todo lo que quería. Sus exhibiciones de poder iban
desde el plató, donde siempre debía haber alguien masajeándole, hasta el
exterior: al más puro estilo Playboy, se le ocurrió posar en un jacuzzi en
compañía de su gran estrella, Amanda Bynes, menor de edad y en traje de
baño.
“Si todo el mundo lo sabía, ¿a quién podías acudir?”, se lamenta, en otro
momento del documental, una trabajadora anónima. La actriz Jennette McCurdy,
protagonista de Sam y Cat junto a Ariana Grande, también explicó en su
autobiografía Me alegro de que mi madre haya muerto (editado en España en 2023
por Tendencias) que una figura a la que en el libro denomina “El Creador” le
facilitaba habitualmente alcohol siendo menor y le daba masajes no solicitados.
También que Nickelodeon le ofreció dinero a cambio de su silencio.
Por su posición vulnerable cuando se vieron sometidos a estas experiencias,
muchos de los antiguos niños actores que participan en Silencio en plató han
pasado, explican, tratamiento psicológico o aún arrastran complejos. La propia
Jennette McCurdy cuenta en su libro el trastorno alimenticio que atravesó por
las exigencias de la profesión (y de su despótica madre), mientras otros
declaran haberse sentido muy incómodos rodando algunas de las escenas
supuestamente divertidas que debían representar para Nickelodeon: sin ir más
lejos, incluso desarrollaron una especie de concurso donde los niños se metían
escorpiones vivos en la boca o se tumbaban en un cubículo con serpientes. Amanda
Bynes, por su parte, ha pasado por un infierno de problemas mentales y adicción
a varias sustancias que ha sido seguido con lupa por la prensa
sensacionalista.
Leon Frierson, uno de los actores de Todo eso y más, habla de lo duro que le
resultaba, en un momento en el que estaba empezando a conocer su cuerpo,
enfundarse en las mallas de un superhéroe al que interpretaba con narices por
todo el cuerpo (otra broma sexual, cree él, por el gran parecido con los penes
que albergaban las narices de ese disfraz). Y el afroamericano Bryan Hearne, de
los estereotipos raciales que Schneider asentó en él hasta afectar a su
autopercepción: en un sketch se le vendiendo galletas de contrabando como si
fueran drogas y en otro caracterizado como un feto negro, Lil’ Fetus, que ya
rapea desde el útero. Las protestas constantes de la madre, que enumera las
enormes trabas que ponían a los progenitores para estar cerca de sus hijos en
los rodajes, llevaron a que Nickelodeon dejara de contar con Hearne y él se
sintiera “un fracasado”. En 2024, sin embargo, ella está segura de haber hecho
lo correcto: “Entonces no tenía ni idea de cómo estaba salvando a mi hijo. Era
una casa del terror”.