El aire de Nueva York se vuelve irrespirable: 'Es como estar en una barbacoa, envuelto en humo'
Los efectos de los devastadores incendios en el vecino Canadá llevan a
las autoridades a repartir un millón de mascarillas gratis mientras se cancelan
vuelos, actividades al aire libre y competiciones deportivas
Las mascarillas han vuelto a las calles de Nueva York. La ciudad que renunció
al tapabocas mucho antes de que la pandemia retrocediera, vuelve a embozarse por
culpa del humo procedente de cientos de incendios sin control en Canadá. A
diferencia de entonces, su uso se ha generalizado hoy en exteriores, mientras
los espacios cerrados se convierten en refugio salvo en el caso del metro, más
contaminado si cabe. El uso de mascarilla es una de las dos recomendaciones de
las autoridades: evitar salir a la calle y si es imprescindible hacerlo,
cubrirse nariz y boca. Los avisos de los móviles recordaban este jueves por
tercer día consecutivo que el índice de calidad del aire (AQI, en sus siglas
inglesas) sigue siendo “muy dañino”, aunque ha mejorado ligeramente en las
últimas horas.
Este jueves las autoridades han distribuido gratuitamente un millón de
mascarillas del tipo N95: 400.000 en los principales nudos de transporte, los
parques estatales y el Javits Center, un pabellón multiusos que alberga ferias y
convenciones; el resto entre las administraciones locales del Estado. Ya eran
bien visibles por las calles la víspera para mitigar la picazón acre del humo y
el intenso olor a quemado, cuando el nivel de calidad del aire marcó un promedio
de 342 en la ciudad, más del doble que Nueva Delhi (164), y con picos superiores
en Queens o el Bronx, donde el miércoles se registraron 413.
“He debido comprarlas en la farmacia, no las usaba desde hace más de un año.
Pero tenía que sacar al perro a la calle”, contaba el miércoles en Central Park
Rose, una atlética sexagenaria. “Mi marido ni se atreve a salir hasta que pase
la emergencia, es asmático y por tanto persona de riesgo. Si lo vemos muy mal,
pediremos a algún paseador que se ocupe del perro mientras esto dure, pero me
cuentan que están muy solicitados”. En suspensión sobre la Gran Manzana una
lluvia de partículas visibles, como el polvo y el hollín, y microscópicas, como
las PM2,5, capaces de penetrar en los pulmones y llegar al torrente sanguíneo,
teñía el cielo de color naranja aunque un tímido sol blanqueaba el horizonte en
la mañana del jueves. Ni la frondosa superficie de Central Park cumplía como
colchón de oxígeno.
Tan apocalíptica ha sido la amenaza, que la ciudad ha establecido una línea
telefónica gratuita para informar de la evolución de la emergencia. En
principio, estaba previsto que la alerta rigiera hasta la medianoche del
miércoles; pero se amplió casi 24 horas más, y luego otro día entero, hasta el
viernes. Varios partidos de la liga de béisbol fueron suspendidos, como el que
tenían previsto disputar los Yankees, mientras algunos zoos del norte del Estado
cerraban sus puertas y preparaban planes de evacuación –hacia dependencias
interiores– de las especies más vulnerables, empezando por las aves. Los aviones
con destino al aeropuerto de LaGuardia se quedaron en tierra por nula
visibilidad, los críos pasaron el recreo en las aulas el miércoles, antes de que
los colegios echasen el cierre. Se suspendieron espectáculos de Broadway y la
programación de varios parques a la ciudad, que en junio bullen de actividades
gratuitas. Hasta los corredores fueron invitados a tomarse el día libre, y eso
que este miércoles se celebraba el Global Running Day. Aun así, algún osado
―muchos menos que el resto de los días― trotaba a cara descubierta por Central
Park a primera hora de la mañana del jueves.
El teletrabajo registró un repentino incremento entre aquellos que pueden
permitírselo, como los trabajadores de Google, mientras deliveristas
(repartidores a domicilio) y obreros se veían obligados a seguir en las calles.
“Esto es como estar en una barbacoa, estás envuelto en humo”, explicaba el
miércoles un trabajador en un edificio en construcción en el Bronx, donde la
espesura del aire resultaba aún más amenazante que en Manhattan. Gustavo Ajche,
un repartidor que trabaja en el distrito financiero, reconocía un día después
que pedalear con mascarilla le deja exhausto, pero peor aún sin ella. “Me pican
los ojos, tengo un carraspeo continuo y dolor de cabeza persistente desde que
esto empezó. Pero nosotros no podemos parar; como en la pandemia, la gente sigue
pidiendo comida”.
“¿Canadá se quema y Nueva York acapara los focos?”
Un pico de 218 a las 10 de la noche del martes desató la emergencia. Según la
escala de calidad del aire, de 101 a 150 se considera insalubre para grupos
vulnerables (asmáticos, pacientes coronarios, bebés, ancianos); de 151 a 200,
insalubre; de 201 a 300 muy insalubre y a partir de 301, peligroso. Cuesta
imaginar una jornada de ocho horas en el tajo con un valor de 413 como el
registrado el miércoles en el Bronx; el peor desde que la Agencia de Protección
Ambiental (EPA, en sus siglas inglesas) empezó a realizar mediciones en 1999.
Normalmente, la puntuación de la ciudad está por debajo de 50, “buena”. Entre
2017 y 2022, nunca se coló en el listado de las 3.000 ciudades con peor calidad
de aire del mundo.
“Llevaba oliendo a humo desde que volví a casa del trabajo el martes y pensé
que alguien había encendido la chimenea, lo cual me pareció absurdo con el calor
que hace. Como el olor persistía, busqué en Internet y vi las noticias de los
incendios canadienses”, cuenta Diana Kass, que vive al norte de Manhattan.
“Quien no quiera ver una relación directa con el cambio climático es que está
ciego o es un necio. O vota a Trump”, añade sobre el negacionismo climático del
expresidente, aunque ninguna investigación ha vinculado aún la ola de incendios
de Canadá y la nube de humo y ceniza del noreste de Estados Unidos.
El impacto de los incendios canadienses en la calidad del aire de Nueva York
ya se había manifestado en modestos picos intermitentes a lo largo de mayo,
cuando el índice subió hasta 75 puntos, pero la viralización de las imágenes de
estos días, con escenarios espectrales, convirtió en fenómeno de masas una
emergencia que también demuestra la vulnerabilidad de la ciudad, de cualquier
ciudad, ante crisis climáticas repentinas. “¿Canadá se está quemando desde hace
semanas y Nueva York acapara los focos? ¿Cómo se explica?”, reflexionaba en voz
alta Kass.