Bunbury: Pensé que era el final de mi carrera. Empezaba a cantar y me ahogaba
Un químico llamado ‘glicol’ –del humo que se suelta en los
conciertos– puso su carrera al borde del abismo. Sumido en una profunda crisis,
convirtió sus emociones en canciones. Las lanza ahora en un disco intenso,
íntimo... como esta charla exclusiva con ‘XLSemanal’.
Entrevista por Fernando Goitia para El Correo
Greta Garbo se retiró a los 36 años, en la cima. No volvió a conceder
entrevistas ni acudir a fiestas ni a eventos y rechazó, en 1954, un Oscar
Honorífico. Pues bien, ¿qué une a Bunbury con «la mujer que no ríe», una de las
mayores divas de la historia del cine? La respuesta se halla, precisamente, en
Greta Garbo, su nuevo disco (sale el 26 de mayo) y también en esta entrevista,
la más íntima del artista maño desde que, en febrero de 2022, anunciara que
dejaba de hacer giras.
Alegó problemas de salud, respiratorios, pero no conocía el origen de su mal.
Y, según revela, llevaba años así. «Es el fin de mi carrera», pensó. Crisis,
pesadumbre, angustia; una nube negra envolvió entonces su vida. ¿Y qué hizo para
salir de ella? Canciones; intensas, desnudas; de esas que brotan impulsadas por
la turbulencia emocional. «Morir de miedo o vivir con él», canta Bunbury.
Eligió, al parecer, la segunda opción. Lo ayudó saber, por fin, que detrás de
todo se hallaba una sustancia química, el glicol, base de esa niebla que con
tanta ligereza se libera en los escenarios –«Era respirar eso y empezar el
ataque de tos»–.
Lo ayudó también la ingesta de hongos psilocibios, experiencia reflejada en
Microdosis, un poemario de aquellos días. Disco y libro se complementan así para
devolvernos a un Bunbury con las pilas recargadas, cuya voz pausada y grave
revive con XLSemanal aquellos momentos oscuros.
XLSemanal. ¿Es el artista más fértil en tiempos de
crisis?
Enrique Bunbury. Tampoco necesariamente, pero, claro, cuando vives cosas
intensas, escribes cosas intensas. Quizá no mejores, pero las emociones son más
puras.
XL. «Convertir emoción en canción», dice su amigo
Calamaro.
E.B. Sí, eso es el arte: desnudarte. Podría escribir sobre aquello hoy,
cuando mis sentimientos son más claros y coherentes, pero hay más riqueza y
dramatismo en crear desde la incertidumbre y el sufrimiento.
XL. Incertidumbre, sufrimiento… ¿Qué pasaba por su
cabeza?
E.B. Bueno, es que yo no podía cantar y, prácticamente, ni respirar; me
ahogaba. Pensaba: «¿Qué demonios me ocurre? ¿Tendré que dejarlo todo?». No solo
pensaba que era el final de mis giras, ¡también de mi carrera! Ahora que sé la
causa vivo más tranquilo, basta con no aspirar el humo ese.
XL. Porque sin humo y sin glicol desaparece el problema,
¿no?
E.B. Tan concreto como eso, sí, pero al final dejo las giras también porque
he pasado a otro momento vital. Hay muchas cosas que hacer con todo ese tiempo
que dedicaba a las giras.
XL. Bueno, es que usted ha vivido de gira casi permanente desde la
adolescencia, ¿no?
E.B. Lo admito [se ríe]. Desde los tiempos con Héroes del Silencio, casi no
he parado. He tocado en todos los escenarios que puedas imaginar: en los
peores... y también en algunos de los mejores del mundo. Supongo que por eso no
me costó decir: «No pasa nada».
XL. Sin ánimo de presionar; estas canciones, grabadas a la antigua
usanza, con la banda en el estudio, piden a gritos un concierto…
E.B. Tienes toda la razón. Es un disco perfecto para el directo, y te
agradezco que me lo digas, pero de momento, al menos, esta es la situación.
[Poco después de hablar con XLSemanal, Bunbury admitió en su newsletter que la
posibilidad de volver a subirse «a un escenario en ciudades escogidas es algo
que está hoy encima de la mesa».
XL. Hábleme del glicol. ¿Cuándo empezó a sentir que le
afectaba?
E.B. El primer episodio fue en 2010. Lo llevo aspirando desde la
adolescencia, pero, por lo visto, en un momento concreto se cambió la fórmula.
Siempre sospeché del humo, pero tampoco me ocurría en todos los conciertos y, al
principio, no parecía tan grave. Con el tiempo, sin embargo, las crisis fueron
cada vez más recurrentes.
XL. ¿Ha oído hablar del síndrome químico múltiple? Hay personas que
sufren problemas graves tras una exposición prolongada a sustancias
químicas…
E.B. Sí, bueno, ignoro las cuestiones médicas, pero tiene sentido que una
sensibilidad se desarrolle y amplifique por una exposición continuada. También
he oído de alergias que brotan de repente... Pero esto no son cacahuetes ni
polen; esto es un químico y, claro, en función de la dosis, tóxico.
XL. ¿Sabe si le ha pasado a algún colega de profesión?
E.B. Pues, sin darte nombres, desde que supieron de lo mío, me han llamado
varios: «No me afecta de modo tan exagerado como a ti, pero algo me pasa». O:
«Ya sospechaba que esto no podía ser bueno».
XL. Su discográfica me ha pasado una nota de prensa que dice: «Este
álbum es una respuesta al trauma sufrido en este periodo».
E.B. Sí, bastantes canciones hablan de todo esto.
XL. En lugar de tomar ansiolíticos o hacer terapia, hace
discos…
E.B. Ansiolíticos, ¡jamás! Hay sustancias mucho mejores... O hacer discos. Y
este ha sido una suerte de terapia gratuita. He vivido muchas crisis en mi vida
y jamás he ido a un terapeuta; yo veo siempre momentos de oportunidad, de abrir
caminos y descubrir cosas de mí mismo que desconocía. Tengo la suerte, además,
de contar con un público que compra mis discos y va a mis conciertos, y con
gente que paga mis grabaciones. Entre todos me han financiado esta terapia
titulada Greta Garbo [se ríe].
XL. ¿Crear es ponerse ante el espejo?
E.B. Hay gente que no se lo toma de esa manera, pero yo sí. Porque confrontar
tus miedos es una parte hermosa de la creación artística. En mis canciones y
poemarios vuelco cosas que me hacen avanzar, me libero de cargas, y eso me hace
el viaje más ligero.
XL. «Tengo que aprender a desaparecer», canta. ¿Piensa en una
retirada al estilo de la diva?
E.B. No, no. Para empezar, la Garbo se retiró con 36 y yo tengo 55... Además,
ella no daba entrevistas y aquí estamos tú y yo charlando.
XL. ¿Sabía que en su última entrevista el periodista le empezó a
decir: «Yo me pregunto...», y, sin dejarlo terminar, la Garbo se levantó,
replicó con un: «¿Por qué preguntarse?», y se largó?
E.B. Qué bueno [se ríe]. Pero, claro, imagínate si voy a compararme yo con la
Garbo. El título viene, precisamente, de esa canción que mencionabas:
Desaparecer. Esa y De vuelta a casa las escribí en el momento de mayor
crisis.
XL. En De vuelta a casa coexisten la melancolía, depresión si me
apura, y esperanza. ¿Así andaba?
E.B. Sí, sí, viví ocho meses de montaña rusa emocional absoluta. Alternaba
momentos depresivos del tipo: «Es inútil seguir»; y luminosos. De hecho, el
estribillo es esperanzador. «Aquí nada termina, es la lección que aprendí. El
futuro es brillante». ¿Contradicción? Es un reflejo del momento; porque me
levantaba de una manera y me acostaba de otra.
XL. Disculpe el tópico, pero ¿es este su álbum más
personal?
E.B. Sí. Desde Palosanto (2013), mis discos han tenido cierto trasfondo
social, y en este hay menos de eso. El peso está en lo personal.
XL. «Este es un tiempo de mierda. Todo se está transformando, de
mariposa a gusano». ¿No es eso un toque social?
E.B. Por un lado, sí, pero es que esa canción, La tormenta perfecta, tiene
dos lecturas: mis propios tiempos de mierda; y esa impresión que tenemos los que
hemos vivido más de 18 años de que muchas cosas están yendo a peor.
XL. Cada generación mira con desconfianza a la siguiente. ¿No es un
síntoma de que se hace mayor?
E.B. Mayor soy [se ríe], sin duda. Y, sí, la cuestión siempre es si como
adulto echas de menos cosas que viviste, o si de verdad los avances son tan
maravillosos como nos los quieren vender. Todo tiene un haz y un envés y es
básico atinar a ver los dos lados.
XL. ¿Nos atropella la tecnología?
E.B. Sí. Piensa en los smartphones: ¿hasta qué punto nos han vuelto más
tontos? Igual la vida era mejor sin ellos porque andamos sobreestimulados,
siempre con el móvil; ya no miramos a otro lado.
XL. Los jóvenes han nacido y crecido con ellos, pero todos andamos
enganchados...
E.B. Yo me siento de una generación afortunada por haber crecido sin
smartphones y sin la omnipresencia del Internet, ya que nos ha tocado todo esto
con las neuronas en su sitio y hemos podido adaptarnos a estas transformaciones
sin mayor problema. He tenido la fortuna de vivir una vida adulta sin todas
estas ventajas y también con ellas. Es decir, nosotros podemos comparar, pero la
gente joven ha vivido con ello desde la cuna. Es un apéndice más de su
cuerpo.
XL. ¿Tendrá esto consecuencias negativas, se pagará un
precio?
E.B. Esa es la gran pregunta. Muchas veces desearía tener acceso al cable del
Internet de todo el mundo, tirar de él y que se vaya todo a tomar por culo.
Claro que joderías el sistema de transacciones bancarias y tu dinero
desaparecería. Se hundiría todo, pero...
XL. Como no hay un cable para el Internet mundial, tendría que ser un
ciberataque a gran escala…
E.B. Sí, bueno, estoy exagerando, pero ¿no es tentador? [se ríe].
XL. ¿Tumbaría también las redes sociales, la herramienta que está
transformando las relaciones?
E.B. Tumbar yo: nada. ¡Imagínate! Pero estaría bien sacrificar algo de eso
para recuperar la relación con la vida y con la calle, la naturalidad en las
relaciones interpersonales, la propia relación con la cultura, que era antes más
directa e intensa: la tocabas, la sentías y, sobre todo, tenías que mover el
culo del sofá para acceder a ella. Hoy vas al ordenador y todo está ahí. ¿No son
contraproducentes los avances que acentúan el sedentarismo? Al poner todo el
foco en la tecnología, ¿no nos está atrofiando como especie?
XL. Grabar su disco en modo analógico ¿es una defensa de la sencillez
en oposición a esto?
E.B. Sí, lo es, pero tampoco es un posicionamiento. De hecho, soy un
apasionado de la tecnología y de las posibilidades que ofrece de cara a la
creación y la grabación. No soy un hombre primitivo, pero es bueno no olvidarse
de modos más orgánicos de hacer las cosas, no perderlo todo. Y grabar con una
banda, sin trucos ni artificios, tiene magia: es la música en plenitud.
XL. ¿Cuándo utilizó ordenadores por primera vez en el
estudio?
E.B. En 1997, con Radical sonora, mi primer álbum en solitario. Fue un
momento en que tenía ganas de experimentarlo todo.
XL. Ganas que mantiene, ¿no? Escribió Microdosis, su segundo
poemario, bajo el influjo de hongos alucinógenos. Tengo entendido que, durante
dos años, tomó entre 125 y 250 miligramos diarios. ¿Sigue así?
E.B. No es algo que haga todos los días. Lo hice mientras escribía ese libro,
como un diario. Aunque, mira, después de publicarlo he recibido comentarios de
mucha gente que lo hace cada día. Yo solo lo hice un tiempo y ya satisfice mi
curiosidad.
XL. ¿Cómo fue: desayunaba hongos cada día en ayunas?
E.B. Eso es, nada más levantarme me tomaba una microdosis, a veces dos,
manteniendo una mínima conexión con el mundo, y escribía sobre lo que percibía y
me surgía.
XL. El tratamiento de trastornos mentales con psilocibina fue
prohibido en 1972, pero hoy hay ensayos clínicos dirigidos a depresión o
adicciones. ¿Tienen algo que ver con su experiencia?
E.B. Nada más lejos. Me parece muy positivo que se investigue sobre el uso
terapéutico de sustancias naturales, pero lo mío fue una exploración personal:
un modo de ver cómo podía cambiar mi percepción bajo sus efectos. Al final,
sabemos poco de nuestro cerebro. Muchos animales ven el mundo en blanco y negro.
Nosotros, en 3D y en color. Y damos por sentado que la vida es así. Consideramos
que solo es real todo lo que se puede medir y pesar, pero pondría la mano en el
fuego a que lo que percibimos no es la única realidad posible. Ahí está la
física cuántica que te habla de realidades paralelas y te pone la cuestión un
poquillo más complicada. ¿Y si esto es una puerta al multiverso?
XL. Después de toda una vida respondiendo al nombre de Bunbury, ¿qué
queda de Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy?
E.B. Bueno, siempre han sido la misma persona, pero te confieso que cuando
empecé en esto del rock me enmascaraba mucho en un personaje que, poco a poco,
fui abandonando.
XL. ¿Del todo?
E.B. Bueno, igual con el tiempo, el personaje y la persona se han fundido en
uno solo [se ríe]. Porque a veces viene bien echar mano de esa máscara, de esa
creación que parte de cierta inseguridad: «En vez de ponerme yo a que me
sacudan, pongo a este otro y que le sacudan a él». Es una forma de protegerte y,
de alguna forma, también te libera.
XL. ¿Ese personaje puede llegar a dominarlo?
E.B. No, eso ya sería un trastorno de identidad. Yo me expongo tanto en las
canciones, en el escenario, en la calle o en un poemario que, al final, busco un
modo de proteger esa parte de mi vida que no comparto con el público ni los
periodistas. Y muchas veces he llevado a las entrevistas a un individuo que no
soy del todo yo.
XL. ¿Y con quién hablo ahora?
E.B. Estás hablando con la misma persona con la que lo harías si nos fuésemos
a tomar unos tragos, o al cine o interactuásemos en la cola del
supermercado.
XL. Eso me parecía, pero…
E.B. [Se ríe]. Sí, sí, y mira, con el tiempo he aprendido a gestionar mejor
esto del personaje y de que la gente te trate como si fueras su colega. Es
decir, siempre he sido agradecido, pero cada vez lo demuestro más.
XL. ¿Todavía se acerca a usted mucha gente en plan: «Eh, tú eres el
cantante de Héroes del Silencio»?
E.B. Eso nunca ha parado. El cambio es que, aunque me sigue resultando
superextraño, ahora lo entiendo un poco mejor. Como artista, nunca he dejado de
avanzar y cada disco es un nuevo paso, pero entiendo que Héroes del Silencio es
un grupo que sigue vivo para muchos, aunque hayan pasado 27 años desde nuestra
separación. Y solo puedo sentir agradecimiento hacia toda esa gente.
XL. Muchos fans se sienten traicionados cuando sus ídolos exploran
nuevos caminos. ¿Percibe esto en la gente más joven?
E.B. Por suerte, eso quedó atrás. En nuestra época nos dividíamos por tribus
musicales, los géneros estaban muy delimitados y las fronteras eran difíciles de
atravesar. Hoy, los chavales tienen playlists eclécticas con una naturalidad
alucinante. Discos como El madrileño, de C. Tangana, que mezcla la tradición
latina con lo urbano, son un gran avance. Y lo mismo canta con los Ketama, Kiko
Veneno, Calamaro o Jorge Drexler que con los raperos, traperos y reguetoneros.
Me parece fabuloso.
XL. ¿Cree usted conocerse bien?
E.B. Para nada. Para eso hay que desprenderse de muchas capas: profesión,
país, edad, estado civil, sexo, raza, ideología… Nos rodea una obsesión
enfermiza por las etiquetas, por encasillarnos. Para llegar a la esencia del ser
humano, debemos desprendernos de todas las capas que nos dividen y fomentan la
crispación y el odio hacia quienes no piensan como tú.
XL. Un artista hablando de política… ¿Se anima?
E.B. Ni loco [se ríe]. Si das una opinión, enseguida te adscriben a un
partido. Y nada más lejos de mi intención que pertenecer a sectas de esa calaña.
Más bien, considero que, en el fondo, a todos nos preocupan las mismas cosas
desde ángulos diferentes. Y lo que debemos hacer es encontrar soluciones y
llegar a acuerdos en las grandes cuestiones que nos afectan a todos. Pero la
política se aleja cada vez más de eso.
XL. ¿Es posible corregir el mundo con una canción?
E.B. Eso es pedir demasiado a una canción, pero siempre aportan cosas. Y sin
música ni el mundo ni nosotros seríamos los mismos. Y bueno, a mí, desde luego,
las canciones sí que me han ayudado a corregir mis propios mundos.