El profesor principal de la Universidad Católica Martin Tanaka publica un
artículo en El Comercio “Sobre el caviarismo” en el que concluye que “el
extendido uso del término termina dando cuenta del grado de polarización
política, del pobre nivel de nuestro debate público, de la extensión de la
descalificación como argumento y de lo conservadora que se ha vuelto nuestra
elite política”.
En síntesis, Tanaka es un caviar que saca la cara por el caviarismo,
achacándole a sus adversarios ideológicos una serie de consecuencias que los
pintan peyorativamente. Sin embargo, la realidad es muy distinta.
Todas las conclusiones de Tanaka son producto de una premisa que él no
menciona y que es una pretendida superioridad moral autoconferida (aunque no
tienen empacho de compartir espacios políticos con el senderismo como en el
gabinete de Mirtha Vásquez) por los propios caviares y desde la cual no cabe
discusión posible a no ser la de estar fuera del género humano tal cual los
caviares lo conciben, o, en último caso, condescendientemente en un error
garrafal de juicio. Pues no escapa al público culto que no puede existir
discusión posible sobre ningún tema si es que una de las posiciones argumenta
desde un podio moral superior que descalifica per se cualquier respuesta.
De ahí no hay más que un paso a la descalificación propagandística que Tanaka
achaca a quienes se oponen al caviarismo, pero que no es más que una invención
de los propios caviares (fujimontesinismo, fujiaprismo, fujicerronismo y otras
perlas). He ahí la razón del pobre nivel de nuestro debate público, tanto local
como internacional.
Por ejemplo, se da por sentado que el que no profese una visión y praxis de
la “corrección política, los derechos humanos, los derechos de las mujeres, de
las minorías sexuales, de los pueblos indígenas, la lucha contra la exclusión
social y la discriminación, el fortalecimiento de las instituciones, etc.” es
alguien que debería ser “cancelado”. En otras palabras, está prohibido discutir
siquiera sobre estos temas porque son como dados en tablas de la ley escritas en
piedra.
Por ejemplo, la diversidad y no discriminación prescriben según el caviarismo
que un hombre que se autopercibe Napoleón no es un loco si tiene buenas razones
para ello. O, es perfectamente válido que una mujer se perciba como un hombre,
pero sería inválido que un hombre que se autopercibe negro se pinte la cara con
betún porque ello es “ofensivo” y “racista” para una colectividad donde Black
lives matter.
Los derechos humanos ya no se entienden como consecuencia de la naturaleza
humana sino como una construcción cultural e ideológica antojadiza sobre la que
no se discute por estar en un altar.
Y la institucionalidad no es otra cosa que la normalización formal desde el
Estado, la academia y las ONG de todo aquello sobre lo que no se puede discutir
porque hacerlo sería un anatema.
Decir que Marylin Monroe o Elizabeth Taylor fueron las únicas mujeres en la
historia del cine que ganaron más que cualquier hombre de su época por sus
méritos extraordinarios es hoy como un insulto a las mujeres que sin ser
extraordinarias como Elizabeth Taylor y Marylin Monroe quieren paridad salarial
y paridad de género.
Como el lector puede apreciar, existen variados argumentos basados en hechos
y sobre todo en sentido común que ponen en tela de juicio el caviarismo
defendido por el profesor Tanaka, aunque a este le duela y le preocupe que venga
de la parte más conservadora de nuestra élite política porque, lamentablemente,
el liberalismo es primo hermano del caviarismo.
Dicho esto, cabe concluir que el único dique racional contra la
irracionalidad y superstición caviar la representa hoy, históricamente, el
conservadurismo.