Este
domingo que pasó, temprano por la mañana, me puse a revisar mis redes
sociales.Luego tenía pensado
entretenerme, escuchando un poco de ese rock clásico que tanto me gusta.Yo me hacía a la idea de que debía
esperar hasta la noche para recién enterarme de algo quizás nuevo, quién sabe
si explosivo –algún audio o video– propalado mediante los magazines dominicales
de la televisión.Sin embargo, no
tuve que esperar.
De
pronto, en el twitter me encontré con una serie de mensajes cargados de un
profundo desasosiego que provenía de los seguidores del partido Fuerza
Popular.El motivo de semejante
desasosiego era por la postura de la señora Keiko Fujimori, en apoyo al señor
Martín Vizcarra frente a la posibilidad de su vacancia como presidente.Entonces, yo opté por quedarme
observando el modo en el que las opiniones iban evolucionando y pude percibir
cuán duro era el golpe quela
postura de la lideresa fujimorista representaba para las expectativas, los
sueños así como los ideales de los que tan devotamente la han venido
siguiendo.Pensé en algunas
personas, a las que conozco, y supuse que saldrían a decir algo aunque sea para
tratar de poner calma en medio de la tempestad; pero tales personas no
aparecieron, sugiriéndome que, pese a su experiencia, a ellos también les había
afectado lo duro de aquel golpe.
La
postura de la señora Fujimori no puede pasar desapercibida y de hecho llama la
atención.Sin embargo, tal
postura no debería sorprendernos; es la manifestación sintomática de una
práctica muy tradicional en el devenir de nuestra supuesta república.En efecto, nuestra sociedad no ha
logrado liberarse de esa forma de hacer política que lamentablemente se lleva a
cabo entre pactos y alianzas; pactos y alianzas, que rompen las fronteras
ideológicas; pactos y alianzas, que atraviesan de derecha a izquierda y de
izquierda a derecha, dando lugar a que las antípodas se encuentren y se
junten.
El
apoyo de la señora Fujimori al señor Vizcarra, y a un gobierno infectado de
comunistas que combaten al patriarcado en vez de enfrentar los verdaderos
problemas de nuestra salud, me recuerda lo que pasó hace unos pocos años cuando
la dirigencia del Partido Popular Cristiano, mi ex partido, le dio su apoyo a
la alcaldesa de Lima, en momentos en los que esta iba a ser revocada debido al
grado de lo incompetente de su gestión.En cuanto a esto último, me gustaría decir que cuando yo militaba en el
PPC debía entender que un pacto de semejante naturaleza era imposible,
considerando las insalvables distancias en el terreno del pensamiento político,
con esos comunistas pequeño burgueses y aristócratas que nunca renunciaron a su
reverente fe en la violencia como partera de la nueva sociedad.Pero, más allá de los principios que me inculcaron, me tocó descubrir,
con gran indignación, que en la práctica habría de ocurrir algo totalmente
contrario.
Los
peruanos hemos sido y somos espectadores de pactos y alianzas que han
pretendido y pretenden ser justificados, recurriendo a una impresionante
retórica cargada de conceptos enredados, rebuscados, que no van más allá de ser
palabras, palabras, palabras las cuales no convencen y por el contrario
decepcionan a los militantes de las bases de los partidos.¿Estamos dispuestos a continuar en ese mismo plan?¿Estamos dispuestos a que se nos tome el pelo como electores cada cinco
años?Quisiera creer que no.Si no somos capaces de superar este mal
crónico y patológico de seguir entre pactos y alianzas, si no somos capaces de
cambiar nuestra forma de hacer política, no esperemos mucho del
futuro.