Desde el Faro
Por: Rafael Hidalgo
Donald Trump, en plena campaña electoral, señaló que el arancel (tariff) era la cuarta palabra más bonita del diccionario, luego de Dios, Amor y Religión. A esto se suma el primer consejo que le inculcó su mentor, el exfiscal Roy Cohn, cuando era un novel empresario inmobiliario (película The Apprentice, Festival de Cannes 2024): “atacar, atacar, atacar”, lo que explica su metralla arancelaria.
El buen Donald empezó estos fuegos artificiales en febrero, colocando un 25 % de arancel a sus vecinos México y Canadá (dos veces suspendidos en la hora nona), un 25 % al acero y al aluminio y otro 25 % a la Unión Europea (UE). La vieja Europa respondió con aranceles de hasta el 50 % a Levi’s, Harley-Davidson y Jack Daniels, y un 25 % a diversos alimentos (12/3/25), lo que despertó la ira imperial, que amenazó con un 200 % al vino y licores.
EE. UU., con un mercado que absorbe 3 trillones de dólares en importaciones, ofrece, según Trump, la tentación de un pellizco arancelario para recaudar cientos de millones de dólares y paliar el gigantesco déficit fiscal de 1.8 trillones (6.4 % del PBI).
Mientras que a China (“el verdadero enemigo”, según su exasesor Steve Bannon), le ha impuesto primero un arancel del 10 % (1/2/25), a lo que China respondió con un 15 % para carbón y gas natural. Al mes siguiente, Trump lo elevó al 20 % (4/3/25), esperando la llamada que no llega de Xi Jinping, quien replicó con un 15 % para pollo, trigo, maíz y algodón, y un 10 % para soya, sorgo y otros (10/3/25), apuntando a los electores del Midwest. El secretario de Comercio, Howard Lutnick, anuncia un estudio arancelario para el 1.° de abril. Dicho de otro modo, dentro de poco, el republicano tendrá las manos libres para amenazar al resto del mundo con este tributo que nació como peaje o derecho de paso de mercancías en Mesopotamia (siglo II a. C.) y que ahora se vislumbra como el heraldo de la recesión.
Si bien la balanza comercial de bienes es importante, Trump no menciona ni la balanza de servicios, ni los ingresos de empresas, ni las transferencias, ni los flujos de capital, que son tan o más relevantes. ¿Será que con estas salvas luminosas de primeras planas intenta soslayar la guerra tecnológica que sostiene con China?
Por cierto, hasta ahora este combate no ha cosechado víctimas, sino numerosos heridos. Los autos eléctricos Tesla (de Elon Musk) fueron derrotados en ventas en 2024 por la china BYD. El lanzamiento de DeepSeek, la primera inteligencia artificial (IA) china, causó depresión en OpenAI (ChatGPT), lo que ocasionó la caída en bolsa de Nvidia, el mayor diseñador de semiconductores (chips) para IA. Para remate, se acaba de anunciar el primer equipo de fotolitografía de luz ultravioleta extrema (UVE) de Huawei, fabricado en China, que, a diferencia de las máquinas de ASML (el único proveedor mundial), emplea otro tipo de fuente de esta luz.
Hasta hoy, las sanciones de EE. UU. y sus aliados impedían que la neerlandesa entregara a China los equipos de fabricación de chips más sofisticados, lo que los retrasaba cinco o más años en la carrera por el liderazgo. China requiere producir chips más diminutos —de 3 nanómetros (nm) o menos (una bacteria mide 200 nanómetros)— con UVE para desarrollar chips equiparables a los más sofisticados que actualmente fabrican TSMC (Taiwán), Intel (EE. UU.) y las coreanas Samsung y Hyundai (Xataka, 12/3/25). Ahora, podría hacerlo. Y, en esta reyerta, los dichosos aranceles poco o nada tienen que ver.
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