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Bonos de catástrofe

Incendios California
Esta innovadora forma de seguro contra desastres tiene sus límites.

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La devastación causada por los incendios en Los Ángeles fue la más reciente de una oleada de desastres. El año pasado, huracanes en el Atlántico, terremotos en Japón e inundaciones en Europa provocaron enormes costos humanos y financieros. El 2024 fue el tercer año con las mayores pérdidas aseguradas, ajustadas por inflación, en más de cuatro décadas.

¿Es mal momento para invertir en bonos de catástrofe? Estos valores protegen a sus emisores, la mayoría aseguradoras y gobiernos, de severas pérdidas ante desastres naturales, y pagan cuando se cumplen ciertas condiciones. Dentro de su clase de activos, tales bonos registraron retornos de 20% y 18%, respectivamente, el 2023 y el 2024 –los años de mayores retornos en décadas recientes–. Sus tenedores han obtenido vastas ganancias.

La emisión de estos bonos está en auge y, en los últimos diez años, el mercado ha duplicado su tamaño. Hoy está valorizado en US$ 50,000 millones. La amplia brecha entre la devastación y los groseros retornos disponibles para los tenedores de los bonos es una clara demostración de los límites de esta clase de activos. Sin embargo, en ocasiones, compradores de vendedores de bonos de catástrofe son una unión celestial.

Los emisores tienen la esperanza de cubrirse contra eventos de baja probabilidad cuyos costos podrían abrumarlos. En tanto, los inversionistas están ávidos de activos que no se muevan en tándem con el resto de su portafolio. Esta oportunidad se ha vuelto más atractiva desde el 2022, cuando las cotizaciones de bonos y acciones cayeron al unísono, aporreando a inversionistas que creyeron haber diversificado su portafolio con la compra de ambos tipos de valores. Vistos de ese modo, los bonos de catástrofe son ejemplo de un mercado financiero en su mejor momento.

Parte del motivo de la reciente falta de desembolsos son los exigentes términos bajo los que tales bonos son frecuentemente emitidos. Por ejemplo, luego de que el huracán Beryl golpeó Jamaica, en julio pasado, su PBI se contrajo casi 3% en el tercer trimestre, debido a una caída de 14% en su producción agrícola.

A pesar de ese doloroso declive en la actividad económica, un bono de catástrofe emitido por el Gobierno jamaiquino y el Banco Mundial no realizó desembolsos. Dicho bono contenía “gatillos paramétricos” –que están basados en condiciones medioambientales medibles–. En el caso de Jamaica, la presión atmosférica medida durante el huracán fue una fracción más alta que el nivel máximo establecido para que el bono pague.

En cuanto a los incendios forestales en California, los bonos de catástrofe enfrentan un reto distinto y más sustancial. Desde los años 90, cuando tales bonos aparecieron, el mercado ha protegido a los emisores principalmente contra “peak perils” (peligros máximos), o eventos de la mayor magnitud y más destructivos, como terremotos y huracanes. Sin embargo, los “peligros secundarios” –que son más comunes e incluyen todo, desde incendios forestales hasta granizadas y tormentas– son los que se han multiplicado y han tomado una participación mucho mayor del total de pérdidas aseguradas, debido al impacto del cambio climático.

Alrededor del 61% del mercado de bonos de catástrofe todavía cubre pérdidas de un único evento importante, según la firma de data Artemis, mientras que el 39% restante desembolsa fondos cuando los costos se incrementan por encima de un umbral anual, lo que significa que numerosos peligros secundarios se pueden acumular para generar pagos.

Además, los inversionistas de estos bonos están demandando enormes retornos a cambio de proteger a los emisores contra pérdidas por peligros secundarios. En los casos más extremos, los spreads respecto de los bonos del Tesoro pueden superar los 20 puntos porcentuales. Esta incómodamente amplia diferencia refleja las diferencias respecto de cuán fácil se pueden modelar las catástrofes. Ningún desastre natural es predecible, pero hay algunos más impredecibles que otros.

Por ejemplo, los huracanes arriban durante una temporada específica y los meteorólogos pueden usar data que abarca más de un siglo, y la tecnología para calcular la trayectoria y tamaño de los tempestades ha mejorado en años recientes. En cambio, tanto aseguradoras como inversionistas enfrentan el mucho más difícil el reto de modelar incendios forestales y tormentas, que ocurren por millares y se expanden de manera errática. Actualmente, muchos compradores habituales de bonos de catástrofe se decantan por los peligros máximos.

Es difícil culpar a los tenedores de bonos por su reticencia a ofrecer una protección razonablemente cotizada contra desastres nuevos y más impredecibles. Y en un mercado que se comporta caprichosamente, ya están alcanzando su límite. A medida que las pérdidas por desastres sigan creciendo, inversionistas y gobiernos enfrentarán enormes pérdidas con poco para protegerlas. Ante la ausencia de una innovación financiera, es probable que los contribuyentes terminen asumiendo los costos.

Incluye contenido de The Economist · 23 ene 2025

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez © The Economist Newspaper Ltd, London, 2025

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