- Arthur Burns, hombre servil a Nixon, manejó con poco éxito la crisis inflacionaria de los años 70
- Trump siempre ha renegado del trabajo de Powell al frente de la Fed, y trabaja en encontrar un sustituto más inclinado a bajar tipos
- La polarización total se adueña de la Fed: los halcones se rebelan ante el recorte de diciembre con una inflación que no está atada
Una de las grandes preguntas que sobrevuelan la economía estadounidense y mundial estos meses es quién será el próximo presidente de la Reserva Federal y cuál será su grado de independencia de Donald Trump. El actual presidente de Estados Unidos se pasó su primer mandato criticando a Jerome Powell cada vez que subía los tipos de interés, y desde que volvió a la Casa Blanca, el magnate ha intensificado su campaña.
Más de una vez, Trump ha insistido en que es la persona del mundo que mejor sabe lo que necesita la economía. Considera que él mismo sabe más de política monetaria que todos los gobernadores del banco central juntos. «Sé mucho más que [Powell] sobre tipos de interés, creedme», dijo en una intervención para celebrar sus cien días al frente de la Administración. Por si no quedaba claro, su elección para ocupar una de las plazas vacantes, Stephen Miran, ha hecho todo lo posible para hacerse notar como el ‘hombre de Trump’, pidiendo bajadas de tipos radicales e inmediatas cada vez que habla.
Los mercados esperan con preocupación a que el presidente revele su decisión: ¿será un economista competente y tecnocrático, que defienda sus poderes, o un mero empleado que se limite a obedecer las órdenes de la Casa Blanca? Se habla de Scott Bessent, actual Secretario del Tesoro; Kevin Hassett, actual director del Consejo Económico Nacional de Trump; Christopher Waller, miembro actual del Comité Federal de Mercado Abierto con guiños a la Casa Blanca, y Kevin Warsh, exmiembro de la Fed y con un perfil halcón que no encaja mucho con las pretensiones de Trump.
La referencia histórica más inmediata de un presidente de la Fed que dejó al jefe del Gobierno interferir con sus funciones es Arthur Burns, el ‘hombre de Nixon’ en la Fed. El banquero ha pasado a los manuales de economía como el «peor presidente de la Fed» de la historia, o por lo menos como uno de los peores, por su gestión ante la crisis de la inflación en los setenta. La duda ahora es si en poco tiempo llegará alguien que le haga bueno de la mano de Trump. A primera vista, Burns tuvo una relación servil con la Casa Blanca, rompiendo con la regla sagrada de la independencia de los bancos centrales con el poder político.
Burns llegó a la Fed de la mano de Richard Nixon en 1970. William Martin, que había sido presidente del banco central durante 18 años, no entraba en los planes del republicano por un problema: era un ‘halcón’ que se negaba a bajar tipos si había la más mínima perspectiva inflacionaria, y los subía inmediatamente a las primeras señales de alerta. Nixon, temeroso de una recesión y viendo que no podría convencerle para abrir la mano y bajarlos de forma extraordinaria, decidió reemplazarle por un asesor y aliado suyo, al que pensaba que podría controlar más fácilmente: Burns.
Las famosas cintas que llevaron al estallido del ‘caso Watergate’, de hecho, han dejado una valiosa lección histórica sobre cómo no manejar la necesaria distancia entre la política y los bancos centrales. Nixon grababa todas las conversaciones que celebraba en el Despacho Oval, como forma de dejar un registro para la posteridad de su pensamiento y sus decisiones. El hecho de que decidiera cometer varios delitos mientras hablaba sobre ellos abiertamente a esos micrófonos acabó por poner fin a su presidencia antes de tiempo, aunque al menos logró hacer que esas grabaciones pasaran a la Historia con mayúsculas. Y los historiadores que las escucharon para oír a Nixon mandando a unos ladrones a robar información de los demócratas en el Hotel Watergate, se encontraron con que unos años antes, Nixon había mantenido conversaciones privadas con Burns para tomar el control de la Fed.
Antes de eso, el presidente republicano había creado un puesto de ‘consejero presidencial’ para él, con rango de miembro del Consejo de Ministros, para tenerlo cerca hasta que pudiera nominarle al banco central. En las cintas hay registros de los dos hablando mientras preparaban su asalto a la Fed. Antes de su nombramiento, Nixon le pedía que «no llegara tarde» a las decisiones como su predecesor, Martin, en un paralelo al mote de ‘tardón’ que Trump le ha puesto a Powell. El propio presidente invitaba a Burns a que fuera a verle cuando quisiera, y le ofrecía usar a uno de sus asesores como intermediario. En una de esas conversaciones, Nixon le dice: «Sé que existe el mito de la Reserva Federal autónoma… y cuando te presentes a la confirmación, algún senador podría preguntarte sobre tu amistad con el Presidente. Las apariencias serán importantes, así que puedes llamar a Ehrlichman para que me haga llegar tus mensajes, y él te llamará». Ehrlichman formaba parte del núcleo del presidente y en su libro de memorias, titulado ‘Witness to Power’, contaba esta conversación. Nixon era plenamente consciente de que su cercanía a Burns era un problemazo de libro… pero siguió adelante igual.

Y Nixon usó esa amistad para pedirle un favor: que redujera el desempleo al máximo, aunque disparara la inflación. En aquella época, los objetivos de alcanzar el pleno empleo y mantener baja la inflación no eran todavía oficiales para la Fed. Sería con Jimmy Carter, pocos años después, cuando se aprobó la ley que fija el mandato dual, el mismo que rige actualmente para el banco central de EEUU. El propio Nixon le dejó claro que ya tomaría él medidas para bajar los precios. En concreto, aquellas medidas fueron una orden ejecutiva que congelaba precios y salarios durante 90 días, y que acabó extendiéndose hasta 1973, junto a la salida de EEUU del patrón oro para frenar la crisis monetaria a la que se enfrentaba el país.
Su principal objetivo era llegar a las elecciones de 1972 con el desempleo y los tipos de interés lo más bajos posibles. El propio Nixon le recordó a Burns que, si no controlaba la economía, «esta sería la última administración conservadora en Washington». Burns, a cambio, le llamaba cada vez que bajaban los tipos de interés, advirtiéndole de que había riesgos de «perder el control de la junta de Gobernadores de la Fed» y «acabar viendo los tipos de interés dispararse». Nixon le animaba e insistía: «Puedes liderarlos. Puedes liderarlos. Siempre lo has hecho. Solo tienes que darles una pequeña patada en el culo». Unas palabras que hoy no sonarían raras en boca de Trump para animar al próximo presidente de la Fed.
Burns, por contra, le pedía que permitiera más margen de maniobra con una inflación elevada para no estrangular la economía: «El tiempo se está acabando, tenemos que poner esta economía en marcha».
Finalmente, una vez pasaron las elecciones de 1972, con una victoria arrolladora de Nixon, el presidente empezó a levantar los controles de precios, y la inflación se disparó, del 3,6% a un 9,6% en 1973. Los tipos de interés de la Fed, por su parte, también volaron, del 5% durante las elecciones de 1972 a un 11% un año después, y un 13% en 1974. La inflación ya no volvió a bajar del 5% hasta 1983, después de que su sucesor, Paul Volcker, que llegó en 1978 con los tipos en el 6%, apostara por subir los tipos a niveles estratosféricos, de hasta el 19%, para matar bien muerta a la crisis estanflacionaria.
El malo de la película
El hecho de que la inflación se disparara bajo su mandato, y que sus decisiones de bajar tipos cuando ya habían aparecido las primeras señales de alerta desperdiciaran la oportunidad de acabar con ese ‘shock’, o al menos reducir su impacto, le ha llevado a recibir el título de «peor presidente de la Fed». Pero su herencia está discutida entre los que creen que las presiones de Nixon le llevaron a cometer gravísimos errores, y los que creen que tenía buenas intenciones, pero que la falta de datos de buena calidad le llevó a reaccionar de forma equivocada.
Entre los numerosos análisis que ha habido en los últimos años, hay opiniones para todos los gustos. El profesor de Economía de la Universidad de Delaware Burton Abrams, en la Revista de Perspectivas Económicas, opina que «sin invocar la presión política, la política monetaria expansionista antes de las elecciones de 1972 resulta difícil de explicar». En su opinión, «es difícil entender cómo un hombre de la experiencia, intelecto y pericia política de Burns pudo dejarse presionar para actuar en contra de su juicio». Pero, concluye, es la única forma de justificar su decisión de bajar tipos pese a que el país había abandonado ya la recesión, la inflación empezaba a hacerse notar y el vicepresidente del banco central, Alfred Hayes, apostaba por una política ‘hawkish’.
Para Bruce Bartlett, que fuera vicesecretario de Política Económica en la Casa Blanca con George Bush padre, la culpa viene en parte por el resentimiento de Nixon contra la Fed. Según cuenta, el presidente republicano culpó al banco central –y en concreto a su entonces presidente, el mencionado Martin- de su derrota contra John Kennedy en 1960. La Fed había subido los tipos a lo largo de 1959 y 1960 para controlar la inflación, desatando una recesión. Nixon, que concurrió a aquellas elecciones como el vicepresidente en activo, concluyó que había perdido porque los ciudadanos culparon al Gobierno de la política monetaria. Así que, tras ganar en 1968, se prometió que no permitiría que algo así volviera a ocurrir.
Bartlett relata que Nixon llegó a plantar noticias falsas en la prensa atacando a Burns como forma de chantajearle para que no subiera tipos. El presidente acabó haciendo un pacto con él: si la Fed mantenía el grifo del dinero abierto, él tomaría medidas para frenar la inflación. Pero cuando los controles de precios de Nixon estallaron en 1973, lo que siguió fue una ola inflacionaria descontrolada. El republicano, eso sí, ya tenía lo que quería: su reelección en 1972. Lo que pasara después ya no le importaba.
Un banquero en el lugar y momento equivocado
Aunque Bartlett apunta a que la venganza se sirvió fría: «Si la economía hubiera sido más robusta, Nixon podría haber sobrevivido al escándalo Watergate, como Bill Clinton resistió al ‘caso Lewinski’ gracias a la pujante economía de esos momentos». Pero el desastre que desató Nixon a corto plazo acabó con su dimisión, y hundió a Burns: ya en 1974, la revista Fortune publicó un artículo culpándole de la crisis inflacionaria, y argumentando que un economista de su nivel debería haberse dado cuenta de que lo que estaba haciendo iba a acabar así de mal.
Para Robert L. Hetzel, economista jubilado de la Fed de Richmond y especialista en la década inflacionista de EEUU, el peor banquero central de la historia de la Fed fue prácticamente una víctima que simplemente se encontraba en el lugar y momento equivocado. «Para explicar la política monetaria no basta con comprender las opiniones del presidente de la Fed; hay que entender también el entorno político e intelectual general de la época. Si Burns hubiera sido presidente en otra era, como los años 50 o 90, la política monetaria habría sido diferente», defiende en un extenso artículo académico.
A veces se le acusa a Burns de infravalorar el riesgo de la inflación. Pero contaba con un serio problema que se ha ido reduciendo a lo largo de las décadas: la calidad de los datos. «A comienzos de la década de 1970, las estadísticas disponibles sobre productividad, producción real y producto potencial eran incompletas y, a menudo, engañosas», explica Hetzel.
Burns creía estar actuando de manera prudente al bajar los tipos para sostener la economía, pero lo hacía basándose en datos que más tarde se demostraron erróneos, que fueron revisados posteriormente. Los modelos con los que la Fed estimaba cuánto espacio había para bajar tipos daban una imagen más débil de la economía real, lo que llevó a decisiones demasiado expansivas con los tipos de interés.
Hetzel asegura que, al final, los datos conspiraron para crear las dos reputaciones más relevantes de las últimas décadas: según él, Volcker, el hombre que domó la inflación, habría subido los tipos de forma drástica no por convencimiento, sino porque los datos indicaban una situación peor de lo que era en realidad. Un posible fallo que levantó un mito.
Víctor Ventura.
Francisco S. Jiménez
El Economista.




