Con la vacancia de Dina Boluarte de la presidencia de la República, también deberían irse todos los «embajadores políticos» nombrados por ella, quienes no tienen una carrera en cancillería, pero hasta estas horas, ninguno de ellos ha presentado su renuncia.
El más destacado de estos embajadores políticos es el mil oficios Gustavo Adrianzén, quien es representante de Perú ante la ONU en New York.
Otro es el eterno superviviente es Luis Chuquihuara, nombrado por Boluarte como representante permanente del Perú ante la ONU en Ginebra (Suiza).
Alfredo Ferrero Diez Canseco, exministro de Comercio Exterior en el Gobierno de Alejandro Toledo, fue nombrado embajador de Perú en USA con sede en Washington. Nunca le hicieron la piscina que pidió para los ardientes veranos.
Luis Ibérico, cercano a César Acuña, fue nombrado por Dina Boluarte como embajador de Perú en España. Sigue en Madrid.
El siempre afortunado veterano Ernesto Pinto Bazurco Rittler sigue en la gélida Finlandia, como embajador extraordinario y plenipotenciario de Perú en Lituania.
Javier Paulinich continua embajador de Perú en la India.
En cambio, los siempre correctos Carlos Hakansson en Costa Rica y José Luis Sardón en la OEA, sí han puesto inmediatamente sus cargos a disposición.
También deberían irse los agregados civiles en FAO-Roma, en Madrid en Washington, y alguno más por allí.
El canciller Elmer «Dino» Schialer también debería irse. Demasiado cortesano.