'Chlimper versus Chlimper' y el lado oscuro del fujimorismo
Al enviar un audio adulterado José Chlimper ha perdido toda
credibilidad y no debería ejercer ningún cargo de política económica. Bien haría
el empresariado en repudiar su conducta.
El giro que ha dado el caso de Joaquín Ramírez, renunciante
secretario general de Fuerza Popular, debido a la intervención de José Chlimper,
sustituto de Ramírez y único candidato subsistente a la vicepresidencia de esa
agrupación, amerita un pronunciamiento editorial que, por un descalce entre el
proceso de cierre de la edición impresa de SEMANAeconómica y el momento en que
se confirmó la intervención de éste, ha de plasmarse excepcionalmente sólo en
esta versión digital.
José Chlimper era hasta la semana pasada un referente del
empresariado social y políticamente comprometido. Uno podía discrepar de sus
simpatías políticas, de algunos de sus exabruptos comunicacionales (como su
retórica amenaza de disparar contra huelguistas) y hasta de las decisiones de su
gestión pública (no es el caso de esta revista, que sí las aprecia); pero no
cabía duda entre los agentes económicos de que su trayectoria personal,
empresarial y pública era limpia.
Esta revista no participa del sentido común maniqueo según el
cual todo fujimorista es por definición un delincuente: siempre hubo y todavía
hay personas correctas que (por cualesquiera razones) adhieren al fujimorismo.
Pero está claro también que, con varios representantes presos y otros tantos
prófugos e investigados (incluyendo congresistas electos), el fujimorismo es un
grupo que tiene –por decir lo menos— rabo de paja en materia de legalidad y
ética, como se ha señalado en esta misma columna editorial (SE 1520). En ese
panorama, José Chlimper se presentaba como un emblemático representante del
‘lado-no-oscuro’ del fujimorismo; uno de aquellos que constituía una influencia
positiva en el entorno de la candidata presidencial.
Ha dejado de serlo, lamentablemente, dada su participación en
las últimas dos semanas en el affaire Ramírez. Primero defendió al referido
individuo a capa y espada, para sorpresa de muchos (sobre todo de quienes tenían
una buena opinión de Chlimper), al conocerse la noticia de la supuesta
investigación de la DEA. Pero lo verdaderamente grave ocurrió cuando se supo que
fue el propio Chlimper quien hizo llegar a los directivos de Panamericana
Televisión un audio adulterado que no tenía otra función que hacer creer que el
testigo principal de la denuncia se retractaba, cuando lo cierto era exactamente
lo contrario (se ratificaba). Si Chlimper tuviera sentido del humor (cosa que
nunca ha demostrado tener, al menos públicamente), las explicaciones que ha dado
podrían parecer un chiste. Si él entregó el audio sin adulterar, como ha
declarado, ¿para qué lo hizo, si eso confirmaba la denuncia contra Ramírez? Y,
en cualquier caso, ¿por qué calló ostensiblemente durante los días en que
prevaleció la versión apócrifa?
SEMANAeconómica se considera una revista de empresarios para
empresarios. Por eso celebra el aporte empresarial a la cosa pública, y repudia
enérgicamente los casos aislados de representantes empresariales que
desprestigian al gremio (ver Comenta el Director en SE 925, 1467). Hoy parece
claro que si José Chlimper fue alguna vez una buena influencia para el
fujimorismo, ha terminado participando de sus más cuestionables prácticas, como
esta grosera manipulación de la verdad. ¿Será que la figura se revirtió y el
peor fujimorismo –el lado oscuro— terminó siendo una mala influencia para
Chlimper?
Como se sabe, hay al menos una corriente fujimorista (para no
generalizar) que nunca ha apreciado la verdad: desde la supuesta intoxicación
con el bacalao de Semana Santa cuando tenía que presentar su primer plan de
gobierno en 1990, pasando por el imposible lema de campaña “Ni shock ni
gradualismo”, hasta un reciente tuit de Martha Chávez, que pretende equiparar la
manipulación del audio bajo comentario con una edición periodística regular. “Y
qué tanto lío si no se difundió toda la conversación? La “edición” la hacen
todos los medios”, afirmó Chávez. Esto revela una concepción del periodismo como
una disciplina dedicada no a resumir para resaltar lo esencial y así comunicar
mejor, sino a tergiversar burdamente. Así se construyó, pues, la prensa chicha
de los noventa.
Al adherir con su conducta reciente ese tipo de estrategia
comunicacional –y su subyacente desprecio por la verdad—, José Chlimper
Ackermann ha perdido toda credibilidad, al menos para esta revista (que solía
respetar su palabra). Y al carecer de credibilidad ha perdido también idoneidad
para ejercer cualquier cargo público vinculado a la política económica peruana,
que es el ámbito en el que se suponía y esperaba que Chlimper aportara en un
eventual gobierno fujimorista. Parte de que la macroeconomía se haya convertido
en una gran fortaleza para nuestro país reside en que desde el 2001 en adelante
ha estado bajo la responsabilidad de personajes creíbles y respetables. Es el
caso de todos los ministros de Economía desde entonces, cuyas gestiones pueden
tener luces y sombras, así como matices que pueden ser materia de larga
discusión. Pero ninguno participó en un acto de mendacidad comparable a éste. Y
en cambio en ese mismo periodo dos vicepresidentes (Raúl Diez Canseco y Omar
Chehade) dejaron de serlo por faltas éticas distintas a ésta, pero ciertamente
comparables en magnitud e intensidad. La pregunta que queda en el aire,
entonces, es: si un fujimorista que gozaba de buena fama incurre en actos como
éste sin haber accedido siquiera al poder, ¿qué se puede esperar de los peores
exponentes de esa agrupación cuando lo tengan en sus manos?
SEMANAeconómica sigue creyendo en la validez de muchas de las
políticas que Chlimper propugnó e implementó como ministro. Esta revista siempre
ha creído y sigue creyendo en la necesidad de la flexibilidad laboral para
apuntalar la competitividad del país, y no vería con malos ojos que se abra una
discusión acerca de extender a otros sectores de la economía (incluso a todos)
el régimen agroexportador que Chlimper apuntaló en su momento. Pero esta revista
siempre ha creído también, y sigue creyendo, en que la base de una democracia
sólida es la limitación del poder, uno de cuyos pilares es una prensa libre y
creíble. Engañar deliberadamente al público a través de los medios de
comunicación no sólo atenta contra los valores del Código de Ética de esta casa
editora, sino que también vulnera cualquier sentido común sobre la más elemental
corrección en la vida pública.
Por cierto, haría bien el propio empresariado en deslindar de
conductas como la que acaba de protagonizar José Chlimper si no quiere arrastrar
el desprestigio que habrá de acarrearle, sobre todo ahora que se gesta una
cruzada más o menos orgánica por afianzar la ética empresarial en el Perú.