Si en el diagnóstico de la realidad nacional hay un problema que recurrentemente es señalado, es la falta de institucionalidad. No se respeta la ley, las decisiones del Estado no son predictibles, el poder político o el económico pueden imponer sus condiciones.
El respeto a la ley, principio fundamental de la vida republicana, no siempre se cumple en nuestro país. No la respeta ni el pobre ni el rico. Es algo cotidiano que nos acompaña por nuestro transitar por las calles de las ciudades, por las carreteras interprovinciales o por las trochas perdidas en los andes.
Pero siendo ese uno de los problemas, no debe llamarnos la atención que aquellos que nos ofrecen resolver los problemas nacionales son los primeros en quebrar la institucionalidad.
¿Han reparado en que todos aquellos que pretenden ser presidentes hablan de la institucionalidad? ¿Y han tomado nota que todos esos candidatos no han sido elegidos por nadie, pero ya son candidatos?
Hay quienes se compran un partido, a otros se los regalan, otros hacen el esfuerzo de juntar firmas para hacer realidad el sueño del partido propio. Pero todos no pasan de ser pequeños caudillos, esos que cuando llegan al poder son los primeros en destruir la institucionalidad. No aceptan controles ni contrapesos, buscan imponer su voluntad, porque desde su origen como políticos siempre se ha hecho su voluntad.
Hablan de la falta de institucionalidad, pero son los primeros en saltársela
por encima cuando se trata de ser candidatos. Así estamos.