Una situación delicada - Por JUAN CARLOS VALDIVIA - CORREO SEMANAL
Una situación
delicada
Estamos ante una situación
delicada. Un gobierno que se debilita, producto de la irresponsabilidad con la
que se ha enfrentado una serie de denuncias en donde está comprometido un
cercano colaborador del candidato Ollanta Humala. En lo que va del gobierno no
solo se ha desprendido de la izquierda, sino que no ha logrado consolidar un
equipo político que sustente su trabajo. ¿Qué nuevo vocero ha sumado el
humalismo en estos tres años y medio? Ahí seguimos viendo a Abugattás, a Sergio
Tejada dando la brega, mientras que algunos como Freddy Otárola y Víctor Isla
prefieren el silencio, y de los ministros que han servido a su gobierno, sólo
Juan Jiménez y Pedro Cateriano participan del debate político.
Entonces son el presidente
Humala y su esposa quienes deben salir a sentar posición. Entonces el Presidente
y su lenguaje arrabalero solo logran incrementar la intemperancia con los
sectores de oposición. No se han dado cuenta que es esta confrontación
permanente con el Apra y el fujimorismo lo que los tiene en la situación actual.
En una obvia aplicación del principio que la mejor defensa es el ataque, la
oposición comienza a aprovechar cualquier denuncia periodística para hacerla más
grande y tratar de arrinconar al gobierno.
Sin embargo, si algo ha
aprendido el humalismo es a medir a la oposición. Saben cuáles son sus límites y
hasta donde están dispuestos a llegar. Es una oposición acostumbrada al trabajo
mediático, pero poco dispuesta al trabajo parlamentario. Y entonces la poca
experiencia de los nacionalistas tiene bajo control a miembros de partidos con
una larga tradición parlamentaria, como pueden ser los apristas, pepecistas y
acciopopulistas.
El balance de poderes
entonces es una ilusión, son cinco minutos en una entrevista en televisión, o
una frase estridente en medio de un debate parlamentario, luego de los cuales
desde el gobierno toman nota que nada más sucederá y entonces siguen adelante
con la decisión tomada.
Lamentablemente, esto solo
está deteriorando nuestra democracia. Se le ve asaltada por la corrupción en
todos los niveles, mientras que no se toman medidas concretas. En el Parlamento
no se han tomado acciones para resolver las ineficiencias de los sistemas de
control, ni para resolver el mal diseño del proceso de descentralización. Las
comisiones investigadoras se multiplican, aunque no hayamos visto resultados
concretos de algunas de las que ya terminaron su trabajo. Al Gobierno solo le
interesan los resultados de la Megacomisión, y entonces son estos los únicos que
se discuten.
Y los ciudadanos vemos con
desencanto el triste nivel que tienen quienes nos representan. No hay propuestas
novedosas, no hay actitudes firmes, no hay debate de ideas. Se cree que hacer
política es insultar, agraviar, actuar con la más mezquina venganza. Como lo
hizo público el líder de la principal fuerza opositora, Kenji Fujimori, al
decirle al Ministro Figallo que lo iban a censurar para que pase a la historia
no como el que le había negado el indulto a Alberto Fujimori, sino como el que
se había entrometido en un proceso judicial. Sin vergüenza, el congresista
Fujimori mostró cuál es su única agenda.
Se está configurando,
gracias a nuestros líderes políticos, el ambiente para que aparezca alguien que
nos ofrezca renovar la política. El problema es que puede venir de la derecha o
de la izquierda. La desesperanza no es con el modelo, sino con los actores que
solo nos ofrecen decadencia y no una posibilidad de un futuro mejor. Enredados
en denuncias, en debates estériles, en acusaciones de ida y vuelta, se han
olvidado de ofrecerles a los ciudadanos la idea de una sociedad mejor. No hay
esperanza, solo adjetivos y agravios. Estamos advertidos.