Pedro Cateriano, ministro de Defensa,
estuvo esta última semana en el ojo de la tormenta. Por ser una persona de la
confianza del presidente de la República, según dijo el ministro con toda
claridad para quien quisiera escucharlo, el desgraciado exviceministro de
Interior del caso López Meneses terminó agraciado en su ministerio jurando, en
una ceremonia inédita, el cargo de viceministro de Políticas para la
Defensa.
El argumento para esta polémica designación
política con miras a la opinión pública, más allá de la decisiva confianza del
presidente, es que el señor Vega Loncharich es un genio sin cuyo arte y parte
sería imposible ganar la guerra que el Estado sostiene contra el narcotráfico en
elVRAEM. Así puestas las cosas de brillante, debería ser un
verdadero orgullo para los civiles que el señor Vega Loncharich no haya sido el
militar victorioso que todos andábamos buscando para poner a raya a los
narcoterroristas. Pero también es una lástima que, dadas semejantes referencias
de súper competencias para la guerra y la paz, no sea él el ministro exitoso
capaz de proporcionarnos la seguridad interna que hoy todos anhelamos.
Lo cierto es que por más genio que sea, el
controvertido señor Vega llega al ministerio del señor Cateriano en mal momento
dado el cómo y el porqué de su flamante encargo. En otras palabras, el nuevo
viceministro viene a complicarle la vida al ministro. Cosa que al ministro
parece importarle un bledo. ¿Por qué alguien como Cateriano, con luces políticas
nada deleznables, se aseguraría una posición tan incómoda para la función propia
del buen desempeño político de su ministerio?
La respuesta la ha dado Cateriano muchas
veces, pero tal vez no tan alta como para no dejar dudas como la que afirmó esta
semana en la Comisión de Defensa del Congreso, donde fue citado para que
explique las recientes compras militares de su sector. Allí, Cateriano le dijo
la vela verde a fujimoristas presentes y apristas ausentes, con nombres y
apellidos y “hechos objetivos de la Historia del Perú”. En una trifulca verbal
sin precedentes para un ministro, Cateriano dejó claro que está en guerra y con
quiénes. Como se trata de un frente con la segunda fuerza política nacional por
su tamaño, y de otro con la primera por su sagacidad, la pregunta sigue siendo
si a Cateriano le interesa la viabilidad política de su ministerio.
Y no; no le interesa. En otras palabras, el
ministro no está pensando en función del Ministerio de Defensa. Si lo hiciera no
se habría dejado imponer una mochila tan pesada como la del señor Vega
Loncharich, por más confianza que tenga del presidente que, en todo caso,
debería privilegiar la que guarda por Cateriano. Tampoco habría hecho imposible
un entendimiento con los actores políticos más importantes de la oposición, sin
cuya neutralidad es muy difícil llevar a cabo una gestión políticamente
conveniente para cualquier ministerio.
Entonces, ¿cuál es la función del ministro
Cateriano si no es ser ministro de Defensa? Resulta obvio a estas alturas que
quienes quedábamos perplejos por su accionar belicoso, solicitándole deponer sus
ojerizas personales y ponerse a la altura del cargo estábamos completamente
equivocados. El ministro está a la altura de la misión encomendada. El propósito
político de su fajín es ser ministro de la guerra contra apristas y
fujimoristas. Es una lástima que en ello se lleva de encuentro a la defensa
nacional en la presidencia de un excomandante.