El sábado 16 de noviembre de 1878, minutos después de las dos
de la tarde, Manuel Pardo descendió de un coche frente a la entrada principal
del Senado. Venía de la imprenta de El Comercio, donde se detuvo a corregir las
pruebas del último discurso que pronunció un día antes en la Cámara. El teniente
coronel Lorenzo Bernales recibió al senador y ex presidente de la República en
la puerta del recinto congresal. Debido a su investidura, un destacamento del
batallón Pichincha le presentó armas. Al darse la voz de descanso, el sargento
Melchor Montoya descargó su rifle contra el legislador a menos de cuatro metros
de distancia, y lo hirió mortalmente por la espalda.
En su agonía –que se prolongó por más de una hora– Pardo estuvo
acompañado por su hijo Felipe y un grupo de civilistas. Conscientes de que la
herida era mortal, se llamó a un sacerdote para que le administrara la
extremaunción.
Mientras el asesino, un joven de 22 años, era capturado. En el
juicio que se le siguió, el sargento Montoya declaró ser un lector asiduo del
diario “La Patria”. Fue por este medio que se enteró de las reformas militares
que Pardo defendía y que perjudicarían tanto a él como a sus camaradas de
armas.
El 15 de agosto de 1874, el periódico de oposición “La
Mascarada” publicó una caricatura que cubría una página entera e iluminada a
todo color. En ella se veía al presidente Pardo ingresando al Senado rodeado de
su gabinete. Todos, incluso el primer mandatario, vestían togas a la usanza
romana.
La composición gráfica era altamente simbólica. Hacia la
izquierda del pórtico senatorial, se levantaba sobre un pedestal representando a
Pompeyo la estatua del general Prado. A un costado revoloteaba una bandada de
supuestos ángeles, pero que vistos de cerca asemejaban a gallinazos, y que
representaban a José Balta y Tomás Gutiérrez.
La intención principal de la caricatura –y lo que daba sentido
a la alusión al pasado romano– era el grupo de conjurados que complotaban contra
el presidente de la República, a la manera de los seguidores de Bruto.
Si se quiso obtener algún efecto jocoso, este fue más bien
macabro. Una semana después de publicada la caricatura, Pardo sufrió un atentado
a manos del capitán del Ejército Juan Boza y, como consecuencia de ello, el
editor de “La Mascarada” y el caricaturista fueron encarcelados.
En el oficio emitido por la Prefectura de Lima, con motivo de
la prisión de los acusados, se señaló que caricaturas como “El último día del
César” eran “una incitación a la rebelión y al homicidio”.
El asesinato de Pardo –a los 44 años de edad– fue una
consecuencia del estado de tensión política y social que se vivía en el Perú. El
ambiente enrarecido de 1878, con un civilismo fortalecido en el Congreso, una
oposición a la defensiva y un país al borde de la guerra civil, sirvió de marco
para aquel acto de violencia suprema.
Es importante recordar que el uso de la violencia tanto verbal
como física fue parte integral de una cultura de guerra instaurada por los
caudillos militares. Esta no solo segó la vida del coronel Balta, sino que privó
al Perú de la energía y la lucidez del político más brillante del siglo XIX:
Manuel Pardo y Lavalle.