Los Chicago Boys y el proceso económico chileno, por Carlos Atocsa
A propósito de una curiosa interpretación de Naomi Klein y
Nelson Manrique
El profesor Nelson Manrique ha publicado un artículo
(«Neoliberalismo y capitalismo de shock», en La República, Lima, 8 de enero de
2013) en donde, sin ningún pudor, falsea hechos y acontecimientos sobre el
proceso económico chileno. Que eventualmente sus afirmaciones las sustente sobre
la base de la lectura de una panfletaria publicación de Naomi Klein, una popular
periodista y activista antimercado, no lo exime de responsabilidades. A
continuación, una detallada refutación a cada una de estas inexactitudes:
1. El convenio Universidad Católica de
Chile/Universidad de Chicago (1955-1956) no tuvo el “padrinazgo intelectual” de
Milton Friedman, sino de Theodore W. Schultz y Arnold C. Harberger, este último
casado con una dama chilena, Anita Valjalo. Los primeros Chicago Boys se
consideraban más discípulos de Harberger que de Friedman, quien se hizo muy
conocido recién en la década de los sesenta (véase F. Rosende, ed., La Escuela
de Chicago: una mirada histórica a 50 años del convenio Chicago/Universidad
Católica. Ensayos en honor a Arnold C. Harberger, Pontificia Universidad
Católica de Chile, Santiago, 2007). En aquella época Chicago no tenía el
prestigio ni la repercusión que hoy tiene. Tampoco tenía un premio Nobel en sus
aulas (el primero que lo consiguió fue Friedman, en 1976 —el austriaco Hayek,
Nobel en 1974, fue solo brevemente profesor entre 1949 a 1962—; después lo
harían Schultz, Stigler, Coase, Gary Becker, Fogel y otros más).
2. Tampoco Chile fue elegido como una especie
de laboratorio del ahora mediático y denostado Friedman, pues en Chicago había
como 300 estudiantes de toda América Latina.
3. El “Ladrillo” (el “Programa de Desarrollo
Económico”) se empezó a elaborar por varios catedráticos en 1969 y se presentó,
en junio de 1970, al candidato Jorge Alessandri, cinco meses antes de la
victoria de Allende (noviembre de 1970) y casi cuatro años antes del golpe
militar (Sergio de Castro, en el “Prólogo” a El Ladrillo, CEP, Santiago de
Chile, 1992, pp. 8-9). Por lo tanto, no fue apresuradamente impreso en 1973 en
las rotativas de El Mercurio. Y tampoco tiene 500 páginas; la edición impresa de
1992, citada líneas arriba, tiene apenas 193 páginas.
4. Es falso también que la CIA financió un
75% del “Ladrillo”. En la cita que sin leer realiza Manrique (U.S. Dp. of State,
Cover Action in Chile 1963-1973, 1975, p. 30), en ninguna parte dice eso. Esta
es la transcripción literal de la cita: «The CIA also funded progressively a
greater portion —over 75 percent in 1973— of an opposition research
organization» (La CIA también financió progresivamente la mayor parte —más del
75 por ciento en 1973— de la organización de las investigaciones contra el
gobierno efectuadas por la oposición). Es decir, lo que el gobierno
norteamericano financió —y no estoy haciendo aquí un juicio de valor— fue la
investigación de los trapos sucios (opposition research) del régimen de
Allende.
5. El protagonismo y la responsabilidad de
los Chicago Boys en el manejo económico de Chile se inició en 1975, con el
ingreso de Jorge Cauas al Ministerio de Hacienda, y no el 11 de setiembre de
1973. Los primeros ministros de economía del gobierno militar fueron un
almirante (Lorenzo Gotuzzo), un planificador (Raúl Sáez) y un empresario gremial
(Fernando Léniz), ninguno de ellos, obviamente, formado en Chicago (J. Piñera,
La Revolución laboral en Chile, 3ª ed., ZigZag, Santiago de Chile, 1990, p. 7
[edición digital]; Chumacero et al., «Understanding Chilean Reforms», en
Fanelli, ed., Understanding market reforms in Latin America, Palgrave-Macmillan,
Nueva York, 2007, p. 98).
6. Es penoso también que un docente
universitario, como es Manrique, sugiera que la Mont Pelerin, una asociación de
intelectuales y maestros muy respetados y partidarios de una sociedad libre y
tolerante, alentó o aplaudió a una dictadura militar que asesinó y torturó a
miles de ciudadanos —aquí sí hago un juicio de valor—.
7. La crisis financiera chilena de 1982 no se
resolvió con más nacionalizaciones. El gobierno intervino y se liquidaron varios
bancos (que no es lo mismo que nacionalizarlos), pero no se socializaron las
pérdidas, esto es, no se financió con dinero público las pérdidas de estas
empresas. El proceso de privatización de las empresas públicas (CAP, Endesa,
Entel, LAN) continuó y en diez años Chile duplicó su PBI. Esa fatídica crisis
fue, pues, el punto de inflexión. Fue en ese momento que nuestros vecinos del
sur pusieron en marcha diversas transformaciones radicales como el tipo de
cambio libre, política fiscal y monetaria ordenada, apertura a los mercados
internacionales, reforma previsional y la privatización de la mayoría de las
empresas públicas («A 30 años del ‘big bang’», en Qué pasa, Santiago de Chile, 7
de junio de 2012).
8. Lo de CODELCO ya es risible. Manrique y
Klein nos quieren hacer creer que una empresa estatal es la columna sobre la
cual se sostiene todo el modelo de desarrollo chileno. Qué lindo cuento.