Partidos, ¿qué partidos? por: Juan Carlos Valdivia
BIZANCIO
Por: Juan Carlos Valdivia
@Bizancio
Partidos, ¿qué partidos?
Cuando se quiere construir una democracia sin cimientos
La especial atención que viene concitando la presencia del
Movadef exige por parte de algunos una activa presencia de los partidos
políticos para enfrentar a los actuales personeros de Abimael Guzmán. La
idea de por sí parece ser correcta, pero parte de un supuesto errado: que
tenemos un sistema de partidos.
Uno de los resultados del primer gobierno de Alan García fue
terminar con el prestigio de los partidos. Siendo el aprismo la
organización política más antigua, y representando García al político
tradicional forjado en estas organizaciones, el desastre promovido en el lustro
1985-1990 fue el incentivo para acabar con ellos, que ya venían golpeados por la
prédica del Gobierno militar de los 79 y que crecieron de una respuesta a
la crisis económica durante los 80, y tampoco pudieron resolver el problema de
la violencia terrorista. Es decir, se convirtieron en sinónimo de
ineficiencia y corrupción.
Durante la década de los 90 la prédica antipartido siguió,
consiguiendo destruir esfuerzos de reconstrucción. Esos años significaron
la aparición de movimientos con fuertes liderazgos personalistas, como fueron
los que llevaron a Ricardo Belmont, Alberto Andrade y Luis Castañeda al
municipio limeño.
Así, con el fin de debilitar a los partidos y aprovechando la
ingenuidad "oenegística" que promovía una agenda ajena a nuestra realidad,
comenzaron a aprobarse normas que parecían de profundización de la democracia,
pero que solo lograron destruir lo que quedaba del sistema de partidos. De
este modo se facilitó la formación de movimientos regionales y locales,
allanándose su inscripción en los registros electorales y olvidando que los
partidos políticos de carácter nacional favorecen a criterios de unidad (en
ideas, planificación, acción política) en todo el país.
Ya la dictadura militar, a finales de los 70, había logrado
instalar el voto preferencial, que fue pensado directamente para acabar con las
estructuras partidarias (el partido Aprista logró burlar esta intencionalidad
ordenando votar en el 1978 por Haya de la Torre) y este exceso de "democratismo"
fue ganando legitimidad con el transcurso de los años.
Y suponiendo que somos una sociedad de instituciones sólidas,
se han incorporado a nuestra legislación mecanismos de democracia directa, como
la revocatoria, y otras que hoy vemos cómo son custionadas por los mismos que
las promovían ayer.
La legislación se ha vuelto permisiva en lo que es la
organización interna de los llamados partidos politicos, y así tenemos
organizaciones cuyo presidente es vitalicio -como el caso de Alejandro Toledo en
Perú Posible- o donde el líder toma todas las decisiones importantes -como es el
caso de Ollanta Humala y el Partido Nacionalista-. Es decir, tenemos
partidos que no son democráticos hacia dentro, pero que reclaman por la
democracia hacia afuera. El resultado es que cuando llegan al poder
carecen de reflejos democráticos para gobernar.
Nuestra legislación es idealmente democrática en tanto se trata
de competencia entre partidos, pero resulta laxa y permisiva con las
organizaciones políticas, permitiendo que se organicen en torno a personas, que
carezcan de prácticas democráticas, ideario y propuestas programáticas.
Así, tenemos una legislación democrática para "partidos" de todo tipo:
democráticos, autoritarios, personalistas, con ideología o pragmáticos.
Hay que reconstruir el sistema de partidos comenzando desde lo
esencial: fortalecer su organización, desincentivar el "independentismo" y
exigir una vida partidaria democrática que permita acabar con el voto
preferencial. Posteriormente se podrán ir incorporando otros criterios, si
acaso resultan pertinentes, como las cuotas de género. Pero si continuamos
implementando una agenda internacional, que supone que tenemos un sistema de
partidos, seguiremos construyendo un edificio sin ninguna cimentación. Y
esos edificios se caen fácilmente.