Mi amigo Aldo y el Canciller por: Ricardo Vásquez Kunze
Mi amigo Aldo y el Canciller
Por: Ricardo Vásquez Kunze
Soy amigo de Aldo Mariátegui desde hace 30 años. Ingresamos juntos a la
Universidad Católica en 1982. Lo respeto, lo admiro y lo quiero. Lo respeto
porque tiene una inteligencia superior, lo que en este país es un lujo. Además,
porque es una de las personas más cultas que conozco y, en un país donde la
cultura se ha convertido en “tragar”, conversar con él es uno de los pocos
placeres que nos van quedando a aquellos que no nos gusta llenarnos la boca de
comida, por más prodigiosa y peruana que esta sea. Lo admiro porque tiene la
rara virtud de no hablar a media voz en un país donde todo el mundo lo hace. Eso
nos une más porque como él yo tampoco tengo pelos en la lengua. Compartimos
muchas ideas liberales y no tenemos prejuicio alguno en declararnos abiertamente
de derecha. Finalmente lo quiero por todo lo anterior y porque lo conozco y sé
que es leal y sincero y, pues, porque uno quiere a sus amigos de juventud para
toda la vida, tal cual son. Y cuando digo “como son” hablo también de sus
defectos. El más grave quizás es que contempla la política en blanco y negro y
esto hace que personalice a sus actores en buenos y malos. No hay matices con
Aldo como en los televisores de tubos de los años 50 del siglo pasado. No hay
color y por eso sus odios políticos e ideológicos se convierten en odios
personales. Ese es el caso de su relación y, por lo tanto, del diario que
dirige, con el Canciller Roncagliolo. Trabajo para el Canciller. Soy su asesor.
Antes de trabajar con él no lo conocía. Seré sincero. Tenía de él la misma
impresión que Aldo cuelga en cuanta oportunidad se le presenta en sus portadas.
Todo cambió cuando lo conocí. Fue a su pedido. Al parecer le gustaban mis
artículos y, evidentemente, aunque discrepaba de mis opiniones políticas,
valoraba muchas de ellas. Quería, supongo, otro enfoque para no encapsularse en
el mismo circulo ideológico de amigos y allegados que terminan siempre por cegar
con sus consejos. Y un político ciego termina en el abismo (así como cualquier
director de diarios). Eso me dio buena espina. Conocí a un hombre que sabía
preguntar, escuchar, atender y aprender. También a un señor que, con una gran
capacidad de síntesis, tenía la virtud de conciliar. El resto fue trabajar con
él y su gabinete. Yo también aprendí a respetarlo y a estimarlo. Resultó así
evidente cuando lo conocí en el día a día, porque hay que conocer a las personas
para hacerse un juicio cierto, que no era lo que mi amigo Aldo piensa y escribe
de él. Ni “intolerante” ni “desastroso” ni “argollero”. Si no yo no
estaría ahí, ¿verdad? El pecado del Canciller es muy simple: no piensa
como Aldo. Eso es todo. También, supongo, porque no le ha pedido “perdón” a mi
amigo por su pasado velasquista, como si mi amigo se hubiera convertido en Dios
para prodigar indulgencias y ordenar penitencias. ¿Que no le ha pedido perdón al
Perú? Por favor, ¿quién en el Perú se acuerda hoy de Velasco si ni si quiera
saben quién fue San Martín? Me corrijo. De Velasco se acuerdan cuatro
viejos resentidos a los que les quitaron los diarios y otros cuatro más a los
que les quitaron sus haciendas. ¿Y? Así es la vida, así es la política. Si esos
veteranos se quedaron amargados en los años 70 del siglo pasado es su problema,
no de los que con sus hechos han evolucionado políticamente hasta casi los
antípodas de lo que fueron. De más está decir que a mi amigo Aldo no lo
considero en el grupo de esos vejestorios avinagrados porque, como yo, apenas
tiene 46 años y una juventud radiante en su espléndida sonrisa. El Canciller,
dice el diario que dirige mi amigo, prosigue con su manejo desastroso de Torre
Tagle. El “manejo desastroso” es nombrar a embajadores políticos en embajadas
codiciadas por embajadores de carrera porque, vamos, esa es la madre del
cordero: la plata que los de carrera quieren ganar en el exterior y que no ganan
aquí. Esa y que los embajadores políticos nombrados o por nombrar tampoco
piensan ni tienen la simpatía de Aldo. El Presidente tiene la potestad absoluta
de nombrar a doce embajadores políticos donde le dé la gana. Así lo establece la
ley. Y el Presidente no es un pelele del Canciller como tampoco lo sería de los
diarios que, como el de mi amigo Aldo, ensalzan su potestad absoluta para
indultar a quien le dé la gana, para más señas al ex presidente Fujimori.
Nunca vi entre 2006 y 2010 ninguna portada del diario que dirige mi amigo que
criticara al ex Canciller García Belaunde por nombrar embajadores políticos a
José Barba Caballero, en Panamá; a Hugo Otero, en Chile; a Judith de la Mata, en
Argentina; a Rafael Rey, en Italia; al recientemente fallecido Carlos Franco, en
Uruguay; o a mi excelente y buen amigo Ricardo Ghibellini, en Brasil. Nunca. Ahí
sí las “embajadas no eran premios consuelos” para políticos en desgracia o
amigos queridos. Será pues porque entre García Belaunde y Aldo había una amistad
y entre Aldo y Roncagliolo hay ¿el odio de Aldo? ¿Se maneja así, no digo Torre
Tagle, sino la línea editorial de un diario? Oh!, y qué gran pecado nombrar a
García Sayán como Presidente de la “Comisión de Alto Nivel para el Lugar de la
Memoria”. ¡Como si el susodicho fuera muy distinto a Mario Vargas Llosa y a
Fernando de Szyszlo en su pensamiento y convicciones! Y como si el famoso
“lugar” fuera a ser la National Gallery o el British Museum concurrido por
millones, cuando en el Perú ni el mismo Aldo va a pisar un museo. ¿Qué puede
importar pues quién presida esa aparatosa comisión de bocaditos
beluga? Ah!, y la OEA. ¡Gran organismo internacional donde se
deciden los destinos del Nuevo Mundo! Qué trascendental resulta nuestro
embajador ahí, ¿verdad? Permítanme reírme como seguramente lo está haciendo mi
amigo Aldo: ¡jua jua jua jua! Y qué políticamente incorrecto nombrar, dice un ex
embajador amargado, a un político de izquierda ante un nuevo gobierno de
derecha, como el de España (yo no nombraría a Eguiguren). "Es como manejar
contra el tráfico", dice espeluznado. Como si el gobierno de los EE.UU no
hubiera nombrado en su tiempo a un embajador negro ante el oprobioso régimen
sudafricano del Apartheid. O como si el católico Joe Kennedy no hubiera sido
embajador político en la corte protestante de Londres. Oigan, ¿y este era uno de
los “genios” que se negaban a ser cesados por atornillarse hasta las calendas
griegas en Torre Tagle? ¡Y escribe para el periódico de Aldo! Amigo, por
favor, mándalo de embajador al reino de la estupidez, donde seguro será un
eximio representante. Finalmente debo decir que en los pocos meses que llevo
trabajando en Torre Tagle nunca he visto una Cancillería a la deriva ni una
política exterior desenfocada. He visto a profesionales de primera orientando el
liderazgo del Canciller para crearle al Perú una mejor situación de poder en el
mundo y, sobre todo, ganar nuestra causa contra Chile en La Haya, como le consta
a los numerosos colegas con los que el Canciller se reune para informar y
recabar sus oponiones. También, es cierto, he visto a profesionales de segunda,
intrigantes y cortesanos que, no queriendo perder sus privilegios, son las
fuentes turbias que alimentan las antipatías personales y los prejuicios que no
deberían tener cabida en una mente brillante, como la de Aldo. Espero, querido
amigo, que aprecies estas líneas sin medias tintas. Te renuevo mi amistad de
siempre, con las cosas claras y el chocolate espeso, como debe ser en
Navidad.