Minas y huelgas: cuando las mujeres son de hierro por: Ricardo Vásquez Kunze
Minas y huelgas: cuando las mujeres son de hierro
Por: Ricardo Vásquez Kunze
En 1979 Margaret Thatcher llega al poder en el Reino Unido. Decidida a sacar
del marasmo económico y político a Inglaterra, postrada desde que el socialismo
se enraizó en su aparato productivo a fines de la Segunda Guerra Mundial,
“Maggie” emprendió una serie de reformas para volver a poner al viejo imperio en
primera fila. Conservadora en lo social pero liberal en lo económico, no por
ello dejó de ser siempre nacionalista cuando se trató de recuperar para su
patria el poder mundial de tiempos mejores. Y vaya que lo logró. No sin
dificultades, por cierto. Porque las grandes empresas políticas generan siempre
resistencias feroces.
Una de ellas fue la huelga general del
sindicato más poderoso del Reino Unido: el del carbón. Las minas, propiedad del
Estado británico, irrogaban más gastos que utilidades perjudicando la economía
que Thatcher buscaba reformar. Decidió cerrarlas. Nadie se había atrevido hasta
entonces con los mineros. Seguros de ganar y riéndose de Maggie, el sindicato le
declaró la guerra. Ella recogió el guante. Conducidos por Arthur Scargill, el
todopoderoso líder sindical ante el cual temblaban conservadores y laboristas
por igual, la huelga general indefinida empezó el 1 de marzo de 1984. Doscientos
mil mineros se lanzaron a las calles en toda Inglaterra paralizando el sistema
ferroviario inglés dependiente del carbón. Thatcher no cedió. Lo que parecía iba
a terminar rápido empezó a prolongarse más de lo que tenían planeado Scargill y
su camarilla sindical. Se decidieron entonces por la violencia. Maggie los
estaba esperando. El 18 de junio de 1984, siete mil mineros se enfrentaron a
tres mil policías. Thatcher impuso la ley y el orden y los mineros fueron
derrotados. Desconcertados ante la firmeza de Maggie decidieron ganarle por
agotamiento. Thatcher nunca desmayó y la opinión pública, al principio favorable
a los huelguistas, terminó por voltearse, harta de las incomodidades y
asombrados ante el coraje de Thatcher. Finalmente, el 3 de marzo de 1985, los
mineros capitularon ante Maggie. La huelga duró un año. Thatcher ganó y puso
nuevamente a Inglaterra en el centro del mundo. Una nueva era había
comenzado.
Los políticos que ocupan un lugar en la historia son
aquellos que tienen las cosas claras y la voluntad suficiente para llevarlas a
cabo. No importa de qué se trate, si oro o verde, cuando un líder dice que
algo va, no puede luego desdecirse a mitad del camino, intimidado por las
circunstancias. La política es un permanente juego de voluntades. Ganará la
voluntad más fuerte, aquella que esté determinada a llegar hasta el final con
estrategia, firmeza y prudencia. Es obvio que esta voluntad no ha sido la del
gobierno al enfrentar el paro antiminero en Cajamarca. Ni bien iniciada la
batalla –por que eso es la política, una batalla-- el gobierno sacó la bandera
blanca. Ni una semana pasó para rendirse sin que mediara causa alguna que
llevara a tomar esa decisión, cuyas consecuencias en todo el país el gobierno
sufrirá en breve. Suena a chiste cruel, sino fuera trágico, que el gobierno pida
ahora diálogo con aquellos ante los que ha rendido la plaza. ¡Por favor!
¿De qué van a dialogar a no ser de que si la capitulación es por Resolución
Suprema o Resolución Ministerial? Porque está más claro que el agua que la gran
minería en el Perú está herida de muerte.
Y así como en la
Inglaterra de los 80, aquí también estamos ante una nueva era donde la regla de
oro es... que las voluntades de hierro no van más.