Un asunto de baja policía por: Ricardo Vásquez Kunze
Un asunto de baja policía
Por: Ricardo Vásquez Kunze
El 8 termidor del año II, 26 del julio de 1794, Maximilien de Robespierre se
presentó ante la Convención en el que sería su último discurso. Haciendo un
balance de la Revolución, 'el incorruptible’ peroró durante más de dos horas
sobre los valores revolucionarios de la virtud y de cómo estos estaban siendo
traicionados por una gavilla de politicastros oportunistas, canallas y
conspiradores venales que utilizaban a la Revolución para sus fines. Y mientras
miraba a todos pero no señalaba a nadie, la Convención entró en pánico. Dándose
por aludidos y sintiendo ya la guillotina en el cuello, los políticos le
pidieron nombrar a los corruptos. Robespierre se negó. Fue un error fatal.
Aterrorizados por la ropa sucia que tenían o pensaban tener, todas las
bancadas se unieron para derrocar al 'incorruptible’. El 9 termidor la
Convención procedió a denunciar a Robespierre y a sus amigos y, a los gritos de
“¡abajo el tirano!” y “¡la sangre de Danton te ahoga!”, procedieron a detener al
tribuno in situ. Al día siguiente, 28 de julio de 1794, la guillotina terminó
con la vida del Incorruptible. La Revolución también había terminado.
La lección política de esta parte de la historia francesa es evidente. Cuando
un político importante, en una coyuntura crucial, decide dividir las aguas entre
la virtud y el vicio no puede dejar de bautizar al vicio. De lo contrario
sucederá que, como en política todos tienen rabo de paja –ya sea por actos
propios o por cargar con pasivos ajenos–, la incertidumbre hará que se sientan
señalados todos y, entonces, todos se coaligarán contra el acusador que sí tiene
nombre y apellido.
Esto ha sucedido, guardando las inmensas distancias de la gran política con
la de la baja policía, cuando la virtual candidata del PPC para la alcaldía de
Lima decidió marcar la cancha entre la decencia y la corrupción, sin entrar en
detalles. De inmediato, varios se dieron por aludidos, algunos estúpidamente,
como el alcalde de San Miguel, Salvador Heresi, novel trásfuga y escobita nueva
de Alex Kouri, el principal rival de la candidata pepecista. “¡Nos está
ofendiendo!”, dijo este, revelando su gran cociente intelectual y su pericia
política.
Apristas y fujimoristas no se quedaron atrás aunque nadie los había nombrado.
Como –por obvias razones– los fujimoristas tienen 'el sambenito’ de la
corrupción a cuestas, entonces la señora Keiko Fujimori criticó a quienes se
atreven a polarizar al país entre corruptos y decentes. Y el APRA, con Rómulo,
Químper, el 'tío George’ y Canaán, se apresuró a recordarle a la candidata del
PPC que su partido “tiene techo de vidrio”, como si el partido de gobierno no lo
tuviera de papel.
En la lógica electoral de la decencia contra la corrupción, la guillotina no
necesita caer sobre todos, sino sobre el cuello de uno solo. Pero hay que
bautizar a la corrupción. Lo que no es difícil gracias a la historia
videográfica del Perú.