En busca del leñador: Por Miguel Antezana Corrieri
EN BUSCA DEL
LEÑADOR
Miguel E. Antezana
Corrieri
Cada fin de semana
Venezuela sufre una curiosa metamorfosis. Se convierte en la ciudad más
sangrienta del mundo. Tomando como referencia la que está sobre el tapete,
Venezuela se transforma en Faluya, aquella ciudad de Irak, foco de la guerra,
que tiene medio locos a los estadounidenses. En esta Faluya petrolera y
tropical, decenas de personas -que a veces alcanzan el centenar- mueren en manos
del hampa o de simplemente mentes desquiciadas.
Entre los difuntos,
seguro que hay más de un padre o madre trabajador que no sólo luchaba por
sobrevivir, sino que hasta se las ingeniaba para mantener a un niño, una madre,
un abuelo o a una pareja. Es decir, entre esos muertos de fin de semana hay
muchos como nosotros, muchos Pedro Pérez, muchas Juana Rodríguez, o muchos como
se llamen. ¿Quién llora esos muertos? ¿Por qué todos no lloramos esos muertos?
¿Por qué no llora el gobierno venezolano esos muertos (o por lo menos el
ministro del Interior y Justicia)?
Quizás porque se gastaron
muchas energías en transmitir durante casi todo el pasado sábado cadenas
radiales y televisivas con los homenajes, traslado y entierro del asesinado
fiscal Danilo Anderson. Pareciera que la “revolución” por fin tiene un muerto
propio y actual. Adiós a Ezequiel Zamora, a Maisanta y –porqué no- hasta al
mismísimo Bolívar. “Ahora todos somos Danilo Anderson”, “el país necesita muchos
Danilos” y cosas parecidas se llegaron a escuchar.
Millones de bolívares se
gastaron (de parte del gobierno) y perdieron (para los medios encadenados
obligatoriamente). Gigantescos avisos en la prensa escrita con las opiniones de
rechazo al crimen fueron publicados, como para que a nadie le quede duda. ¿No
bastaron las cadenas? ¿No bastó el entierro (irónicamente) al más puro estilo
yanqui, con bandera, cadetes y cañonazos? ¿Qué se pretendía con todo esa
parafernalia? ¿Es que los Pedro Pérez o las Juana Rodríguez de los fines de
semana no se merecen lo mismo?
El asesinato del fiscal
Danilo Anderson es condenable desde todo punto de vista y desde todos los
sectores de la sociedad. Todo lo adicional que se pueda decir al respecto es
repetitivo y redundante. Que en paz descanse. Pero así, en paz. Dios nos libre
de la aparición de “círculos bolivarianos” con su nombre, o comandos, o
cualquier grupúsculo con mentalidades seudo revolucionarias y desfasadas en el
tiempo y espacio.
A todos nos interesa
saber quiénes son los verdaderos autores materiales e intelectuales del crimen y
que reciban el castigo que merecen. Ojo, nos interesa tanto como muchos casos
sin respuesta y de tanta importancia, que no han recibido la debida atención del
poder judicial, de la fiscalía, de la defensoría, ni de nadie. Pero creemos que
en este en particular, más que el quién, más que el por qué, lo más importante es saber el
para qué. Ese refrán de “…hacer leña
del árbol caído” bien calza en este caso.
Chávez está de nuevo
fuera del país y cuando eso sucede -más aun cuando son muchos días- es que algo
cocinado pretende encontrar a su regreso, listo para darle el sorbo del visto
bueno. ¿Será que a su regreso tendrán a los culpables identificados y hasta
capturados? ¿Será que habrá nuevas leyes que eviten todo tipo de terrorismo,
incluyendo el verbal?
Como en una clásica
novela de misterio, el asesino pareciera como obvio. La víctima tenía muchos
“enemigos”. Cientos de ellos, con nombre y apellido, libres, ex presos, fuera
del país, o dentro de él. Habría que ser ligeramente cojudo para pensar que
matando al fiscal, la acusación desaparece. Entonces ¿para qué matarlo?
Curiosamente en Venezuela
nadie cree en nadie. Por un lado se tiene a un gobierno que tiene años sin
gobernar, que no soluciona nada teniendo todos los reales del mundo, que tiene
todo el poder y que le matan en la cara a un fiscal que llevaba todos sus casos
de interés. Por el otro, a una oposición que muchos de sus miembros estaban
acusados o a punto de ser acusados por el susodicho funcionario; pero, demasiado
dispersa, demasiado ingenua y hasta inútil. ¿Quién mató a Anderson? Difícil
pregunta. Quizás si intentamos saber para qué servirá “la leña del árbol caído”
encontremos al desquiciado leñador.