El Cabildo de Lima y la Libertad: Por Hugo Garavito Amézaga
EL
CABIDO DE LIMA Y LA LIBERTAD
Hugo
Garavito Amézaga
Regidor
Metropolitano de Lima
Discurso
de Orden en la Sesión Solemne del Concejo Metropolitano del 15 de julio de 2004,
al conmemorarse el aniversario de la suscripción del Acta de la Independencia
por el Cabildo de Lima en 1821
Parafraseando
a José Ortega y Gasset, podemos afirmar que los pueblos no tienen naturaleza,
tienen historia. Sólo desde esta radical perspectiva, la ratio historica, podemos entender
conmemoraciones como la que hoy nos convoca en esta sesión solemne del Concejo
Metropolitano de Lima; y, de modo especial, asumir desde el presente, como un
hecho vivo y actuante, la memoria del pasado.
En
ese sentido, los municipios –piedra angular de la organización social- son en el
tiempo producto de un discurrir histórico, que amalgama desde la bravura de la
rebelión de los comuneros de castilla, contra el rey extranjero, hasta la
conformación del cabildo indiano, punto de partida de nuestras
naciones.
Es
un hecho reconocido que en el Perú -como en toda la América hispánica- antes que
el estado surgió el cabildo. La asamblea de vecinos, como organismo semipolítico
por su carácter autónomo, del cual es heredero y continuador el municipio
republicano.
Y
fueron los cabildos en Lima, Buenos Aires, Quito, Caracas, México o Santiago,
entre otros, los que encabezaron la insurrección. Por eso, el prócer Francisco
de Miranda soñó con hacer de la América una federación de cabildos
independientes.
Pero no fue la conducta de nuestro cabildo limeño un simple reflejo de lo
sucedido en otras partes del continente. Ni nuestra independencia, como alguien
ha querido ver con simplista deformación ideológica, una imposición de ejércitos
extranjeros del sur y del norte; así como tampoco fue fruto de mezquinos
intereses económicos o de clase.
La
emancipación es resultado de un proceso de fermentación nacional, cuya primera
expresión está en el Mercurio Peruano,
y laconsecuencia del desarrollo
del estado patrimonial español, a las que se sumó unas circunstancias históricas
peculiares que le dieron viabilidad.
En
un estado patrimonial cada natural de un territorio se considera vinculado a la
persona del monarca, pero no se siente unido con los súbditos de los otros
reinos que forman la monarquía. La “patria” era entonces el patrimonio real,
donde nació una persona y no la monarquía en su totalidad. No hay que olvidar
que no fuimos una colonia sino un reino, por tanto tuvimos un Consejo de Indias
equiparado al de Castilla.
Cómo
escribió en 1860 el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, haciendo
referencia al fermento emancipador entre los limeños, “aquella energía sublime
que desplegaron todos a la par, los cabildos de las colonias, ¿podía encontrar
una excepción en Lima, por más que sus alcaldes y regidores fueran condes y
marqueses?. Aquella representación popular y casi democrática que nos concediera
la primitiva legislación colonial, como un trasunto de la magnífica conquista de
padilla y sus comuneros, ¿podía permanecer inerte y encogida bajo el dosel de
los virreyes, mientras en todas las plazas públicas de América, sus colegas
puestos de pie sobre el sitio que antes se ostentaba el rollo ignominioso,
tronchaban entre sus robustos brazos el cetro de España para arrojar sus
astillas a la muchedumbre, apellidándola a las armas en el nombre de sus santos
derechos?”.
No,
responde Vicuña Mackena, y se pregunta después de revisar nuestra historia y la
conducta del cabildo: “¿y cómo, pues, puede decirse en justicia y aseverarse en
la historia, que un país así preparado, puesto en tan universal y profunda
combustión, contagiado tan honradamente en todas sus clases, no estaba
revolucionado, por lo menos sordamente, desde 1810, y a la par por tanto de
todas las otras naciones de la América?”.
Estas
palabras escritas hace casi 145 años hoy tienen una corroboración en la
aceptación, por parte de los historiadores, de que detrás de la fachada del
fidelismo peruano posterior a 1808, hubo en el virreinato un considerable
descontento local que dio lugar a rebeliones armadas en el sur (Tacna 1811 y
1813; Arequipa 1813; Cusco 1814); y en el centro (Huamanga y Huanuco,
1812).
En
1809 los peruanos habían sido introducidos a la idea de la “representación”, al
dárseles la oportunidad de expresar sus agravios al diputado nombrado para
representarlos ante la Junta Central que se había formado en la península, ante
la deposición de Fernando VII por Napoleón.
En
ese sentido, John Fisher –ese peruanista inglés- ha puesto de relieve cómo las
instrucciones dadas por el cabildo de Lima en octubre de 1809 a José de Silva y
Olave, el rector de San Marcos, cuando estaba por embarcarse hacia España,
constituyen una formidable denuncia al dominio hispano en el Perú.
El
cabildo exigía una revisión drástica de la estructura fiscal, la abolición de
las intendencias, un genuino comercio libre y la igualdad en el acceso a los
cargos de criollos y europeos.
Sin
embargo, ya en fecha tan temprana como 1783 el oidor don Benito de la Mata
Linares, le advertía en una carta al poderoso Secretario de Indias y Marina,
José de Gálvez,que las
desavenencias se sentían “únicamente en conversaciones particulares o en elecciones de alcaldes y oficios de
república, pero esto mismo debe dar más cuidado por lo insensible del fuego que,
cuanto más tarde en encenderse más aumento toma”. El fuego finalmente se
convirtió en incendio en 1821, casi 40 años más tarde, y se inició un día como
hoy en la reunión del cabildo.
Ese
es el cabildo de cuya tradición libertaria, de afirmación nacionalista y
democrática es legatario el concejo metropolitano de lima, que encabeza su
alcalde Luis Castañeda Lossio. Pero, como señalábamos al comienzo, este mirar
hacia atrás no es suficiente: hay que asumir la memoria del pasado para hacer
inteligible nuestro presente.
Como
escribió François Chatelet: “Esta aventura dispar, pero encadenada, que relata
la obra de la historia es ya nuestra aventura en la medida en que se traman en
ella las determinaciones que pesan sobre nosotros y constituyen nuestras
categorías teóricas y prácticas, porque por encima de la contingencia, del
‘ruido y la furia’, se perfila un sentido, aquel que nos permite comprendernos
mejor”.
Es
así cómo existen valiosas lecciones que nos dejan los cabildos limeño de las
horas aurorales de la independencia, que deben ser hoy, que el Perú pasa por
circunstancias difíciles y confusas como las que se vivió en 1821,motivo de profunda y serena reflexión.
Debates añejos que siguen siendo actuales.
Pero
no sólo América estaba convulsionada, también eran momentos de agitación en la
península. El restablecimiento de la constitución de Cádiz de 1812 enmarzo de 1820, como resultado de un
pronunciamiento militar liberal en España, significó por mandato constitucional
ir a la elección de un nuevo cabildo. De ese acto surgiría el ayuntamiento, que
al igual que sus pares de América,suscribiría el acta de la independencia.
Era evidente que el nuevo cabildo limeño
estaría controlado por los liberales, con las consecuencias que esto
significaba, y en momentos que se enfrentaba el peligro de la presencia del
ejército libertador en el Perú.
La preocupación que al amparo de la constitución restaurada asumieran
cargos quienes respondían a las nuevas ideas, era legítima en un régimen que
había sido obligado por la fuerza a terminar con el absolutismo y que estaba
esperando la oportunidad de restaurarlo.
Por eso, no resulta extraño que las autoridades interpretaran
la autorización legal, para que pudieran ser reelegidos los ex alcaldes y ex
regidores de 1814, como que se había dispuesto su reinstalación escamoteando el
proceso eleccionario.
Ante esto, el cabildo de lima de reacciona y da a conocer un
“Manifiesto del excelentísimo ayuntamiento de esta capital sobre los derechos
del pueblo en la próxima elección de alcaldes, regidores y procuradores
síndicos” el 23 de octubre de 1820.
En él se hace una enérgica defensa del Estado de derecho y de
la necesidad de que se cumplan los términos y plazos constitucionales: “Esta
reposición es por último espoliativa de los derechos que competen a los alcaldes
y regidores presentes. Ellos, como otros empleados, deben ser mantenidos en el
ejercicio de sus funciones hasta la instalación de sus legítimos sucesores, ó
elegidossegún Constitución. Lo
contrario daría principio a la anarquía más terrible”.
Al cabildo no le pasan desapercibidas estas maniobras de un
grupo y dice: “Los interesados en el restablecimiento del cabildo del año 14, y
en que no se verifique la próxima elección. No es de la totalidad del pueblo,
sino de una fracción muy corta y sin aprecio”.
Esta es una posición de principios. Pese a que es muy
probable que el cabildo se sintiera más cercano, a lo que representaban
políticamente los ex alcaldes y regidores de 1814. Como se puede deducir cuando
destaca el sacrificio hecho por “la integridad del imperio español”.
Pero ni aúna
pesar del riesgo que podía representar el ingreso de los liberales al cabildo,
está dispuesto a permitir que se viole el Estado de derecho y el respeto debido
a la constitución.
El cabildo
reitera que ellos no se benefician en nada, más aún van a tener que dejar sus
cargos. Pero lo harán respetando la ley. Por eso, enfatizan que no los mueve
“conservar unos puestos, que aunque ocupados legítimamente y desempeñados con
honor y exactitud, en servicio del público y del estado, sabe que han de
entregarse a los que se elijan constitucionalmente, y está a ello pronto”.
Este documento es una lección ciudadana, que hoy deberíamos
leer y meditar con sumo cuidado, en un país que todavía no ha hecho del respeto
a la ley y al orden constitucional, norma suprema y permanente de conducta. En
un Perú donde más que seculares debates, siguen teniendo un contenido
actual.
La decidida posición del cabildo se impuso. El 7 de noviembre
de 1820 el virrey Pezuela ordenó al ayuntamiento en funciones que procediera a
elaborar las listas de votantes; y finalmente el nuevo cabildo, aquel que
declararía la libertad del Perú, fue electo el 7 de diciembre.
Incluía a un buen número de los liberales más conocidos: como
alcaldes el conde San Isidro y José María Galiano; como regidores Francisco de
Zarate, Simón Rávago, Diego de Aliaga, el Conde de la Vega del Ren, Francisco
Vallés, el marques de Corpa, Pedro de la Puente, José Manuel Malo y Molina,
Francisco de Paula Mendoza, Mariano Vázquez, Manuel Pérez de Tudela, Manuel
Sáenz de Tejada, Juan Bautista Gárate, Manuel María del Valle, Miguel Vértiz y
Manuel Alvarado; y sus síndicos Tiburcio José de la Hermosa y Antonio
Pinilla.
Esos nombres tienen que ser recordados en la memoria
colectiva de nuestro pueblo. No sólo por su significado, sino también por la
forma como llevaron a cabo una misión que no era fácil y si muy llena de
riesgos.
Tenían que tomar posición frente a la campaña emancipadora.
Si se rebelaban el cabildo sería disuelto; y los limeños quedarían sin nadie que
los protegiera, frente a las posibles exigencias y exacciones del virrey por las
necesidades de la guerra.
Sin abdicar de sus convicciones, tenían que preservar las
instituciones, el municipio, como único medio para defender y dar seguridad al
pueblo de lima. Ese es un principio –el fortalecimiento institucional como
garantía ciudadana- que sería muchas veces olvidado por la República; y que está
íntimamente unido a la exigencia de estabilidad del ordenamiento jurídico.
Difícil equilibrio que afronta el cabildo –y que deja también
toda una lección- con prudencia, virtud fundamental para la gobernabilidad
política. Apenas instalado el nuevo ayuntamiento recibe la petición de 72
vecinos, que demandan la reanudación de las negociaciones de Miraflores con el
general José de San Martín.
El cuerpo edilicio, pese a lo riesgosa de aquella solicitud,
le da su aquiescencia y la eleva al virrey quien la rechazó. Desde entonces, no
dejará de pedir diálogo. Pero a la vez, se opondrá de modo sucesivo a la requisa
de reses para la manutención del ejército realista; de equinos para su
caballería, de negros para engrosar sus filas y de dinero para pagar a las
fuerzas realistas y mantener la organización virreinal. Nunca se arredró ante
las solicitudes urgentes y conminatorias.
De la misma forma el 16 de enero de 1821 el cabildo discutió
y finalmente rechazó, una sugerencia para que se entregase a merced del
comandante del navío británico andromache, para que lima se pusiese bajo la protección naval del
reino unido.
Finalmente, el 6 de junio el alcalde, conde de San Isidro,
recibe un petitorio anónimo, demandando que se convoque a cabildo abierto, para
dada la gravedad del momento y ejercitando el derecho ciudadano a decidir su
destino, resuelva la paz y acuerde la nueva organización del estado.
Pese a lo delicado de la solicitud, que podía interpretarse
como un acto sedicioso, el cabildo discute y acuerda hacer una categórica
presentación ante el virrey, enjuiciando la situación. Al día siguiente se
dirigen a la Serna enviándole una comunicación.
En ese documento, donde el cabildo plantea su criterio, se
llega a sostener el éxito del ejército libertador y expresar sin ambages: “Los
pueblos se reúnen a porfía bajo el pabellón del general San Martín”. Había
llegado la hora de las definiciones y el cabildo Lima optado por la
independencia.
Por eso, cuando el cabildo estampa su firma en el Acta de la
Independencia, es la consecuencia madura del desarrollo de un proceso, conducido
–como diríamos en lenguaje de hoy- por sectores políticos de centro.
Eran liberales discípulos de Feijóo y de Jovellanos, el más
grande ilustrado español, caracterizado por su conducta moderadora, sensata,
conciliadora y ecléctica. El ethos
que compartían, borraban las antiguas diferencias entre fidelistas o
separatistas y sólo había un apelativo: peruanos. La patria comenzaba a forjarse
en el yunque de la guerra.
Es necesario puntualizar que no existe contradicción, cuando
entre los fundadores de la independencia, estaban antiguos fidelistas. El
fidelismo no fue sinónimo de pro español, sino de afirmación nacionalista del
Perú dentro del marco del estado patrimonial. Al ser inviable éste último, la
consecuencia lógica era el separatismo no la identificación con España.
El ejemplo está allí. Tengamos presente que si bien ese
domingo 15 de julio de 1821, iniciamos una azarosa singladura -por los mares
procelosos donde ha navegado nuestra historia como nación independiente-;
todavía no hemos llevado a buen puerto esa promesa de la vida peruana, de la que
hablaba el maestro Jorge Basadre, que estaba implícita en la fundación de la
República.
En este esfuerzo colectivo tiene que participar de manera
directa la comunidad, en su sentido más primigenio. Comunidad es un término que
hace referencia al común de los
vecinos de las ciudades de los antiguos reinos de España, dirigidos y
representados por un Concejo.
Por eso, nos toca como municipio fortalecer el gobiernolocal, para hacer posible una
auténtica descentralización.
Nos toca como municipio asumir la protección y seguridad del
ciudadano.
Nos toca como municipio crear un mejor hábitat, para una
mejor calidad de vida.
Nos toca como municipiopromover la inclusión social y luchar contra la pobreza y la
marginación.
Nos toca como municipio defender el ordenamiento jurídico del
estado, cuyos basamentos son los gobiernos locales.
Nos toca como municipio arraigar el sentido de patria y de
democracia en la vida vecinal.
Nos toca como municipio, finalmente,ser fieles a la herencia que nos
legaron los cabildos que fundaron la independencia.