Así es como la droga secuestra el cerebro para que los adictos se olviden hasta de comer y beber
Un estudio con ratones muestra que gran parte de las neuronas que regulan
la sed o el hambre se disparan con el deseo que generan la cocaína o la
morfina
El consumo de algunas sustancias produce un efecto tan intenso sobre los
circuitos de recompensa del cerebro que puede hacer olvidar el hambre o la sed.
Esto se intuye observando a una persona que sufre una adicción, pero esta
semana, un equipo de científicos de varias instituciones estadounidenses publica
un artículo en la revista Science en el que describe parte del mecanismo que
explica este comportamiento y plantea la posibilidad de nuevas soluciones para
los adictos.
Las drogas como la cocaína o la heroína enganchan porque producen cambios en
el cerebro, secuestrando los sistemas que nos hacen desear el agua o la comida,
básicos para nuestra supervivencia. Estas sustancias intensifican el deseo hacia
ellas y lo concentran, reduciendo el placer que se siente al recibir otras
recompensas que ayudan a llevar una vida sana. Varios estudios anteriores han
analizado estos mecanismos, pero los autores del trabajo que se publica este
jueves han querido combinar las últimas tecnologías en modelos animales para
comprender las bases biológicas de esta capacidad de los estupefacientes para
cambiar las prioridades de quienes los toman.
Para identificar el lugar del cerebro que se activa con las drogas,
utilizaron ratones a los que dieron cocaína y morfina. Después, les observaron
con técnicas para medir la actividad de todo el cerebro y vieron que con ambas
drogas se incrementaba la actividad en el núcleo accumbens, un grupo de neuronas
relacionadas con actividades básicas para la supervivencia como el deseo sexual
o el hambre. La cocaína impide que el organismo reabsorba la dopamina y esto
intensifica la activación de los circuitos de recompensa. La morfina se une a
los receptores opioides, que también pueden liberar dopamina en el núcleo
accumbens. En ambos casos, cuantas más veces se administraba la droga, mayor era
la actividad neuronal en esta región.
Utilizando técnicas como la optogenética, para activar con luz las neuronas
del núcleo acumbens para que reaccionasen como si el ratón hubiese recibido una
droga, observaron que perdían el apetito como sucedía con las sustancias
adictivas. Con otras tecnologías para seguir la actividad de neuronas
individuales pudieron comprobar que, en la mayoría de los casos, se solapaba
cuando respondían ante el placer de beber o comer y el de recibir
estupefacientes.
Los científicos observaron que algunos circuitos se activaban con el consumo
de grandes cantidades de comida y que esta activación incrementaba el consumo de
alimentos, en un ejemplo de círculo vicioso. Sin embargo, los investigadores
vieron que este mecanismo del hambre estaba autolimitado en el campo de las
recompensas naturales y no alcanzaba la amplificación del deseo que acompañaba
al consumo de drogas.
Eric Nestler, coautor del estudio, explica que identificar las vías
bioquímicas empleadas por las drogas para secuestrar los circuitos de la
recompensa permite saber que, “basándose en estos estudios en ratones, la
manipulación de estas nuevas vías bloquea los efectos perjudiciales de las
drogas y repara, simultáneamente, las respuestas a las recompensas naturales”.
“Esto ofrece vías tangibles hacia el desarrollo de nuevos tratamientos para la
adicción”, concluye Nestler, director del Instituto Friedman del Cerebro del
hospital Monte Sinaí, de Nueva York (EE UU).
No obstante, Nestler reconoce que el mismo solapamiento muestra la dificultad
de encontrar nuevas formas de tratar las adicciones, porque el objetivo de estos
tratamientos es contrarrestar el efecto de las drogas “sin afectar a la
respuesta de la persona a las recompensas naturales”.
Elena Martín, investigadora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona,
especialista en adicciones, considera que el estudio incide en cosas que se
conocían, pero utiliza una gran cantidad de técnicas novedosas que permiten
obtener un conocimiento mucho más preciso. En su opinión, “estos resultados
tienen importancia para la comprensión de otras adicciones, como la adicción a
la comida”. “Hay investigadores que ponen en duda que la comida pueda provocar
adicción, porque es un reforzador natural, pero este solapamiento en la
activación de neuronas que vemos entre cocaína, morfina y comida nos llevaría a
pensar que la adicción a la comida es posible”, señala Martín.
La adicción es posible, en parte, por la plasticidad del cerebro, su
capacidad para adaptarse a nuevas circunstancias y reorganizar nuestras
prioridades si es necesario. Estos cambios comienzan incrementando los niveles
de dopamina de forma intensa en el núcleo accumbens, pero acaban produciendo
cambios más duraderos en la corteza prefrontal, la parte del cerebro que
determina la personalidad y la capacidad de controlarse. Hasta hace no mucho, se
pensaba que los efectos más graves de los cambios cerebrales provocados por las
drogas eran irreversibles, pero trabajos como el de la investigadora Nora Volkow
han hecho cambiar esa perspectiva. Ahora, hay tratamientos como la terapia
cognitiva conductual, que ofrece herramientas para recuperar el control, se
emplean para luchar contra la adicción a la comida o las drogas. El estudio de
Nestler y sus colegas muestra las bases biológicas por las que ese tratamiento
común puede tener sentido.