Masticaba Novak Djokovic los dátiles como si no hubiera un mañana. Para
entonces ya tenía cara de muy pocos amigos, de que no veía el asunto nada claro
y de que probablemente este domingo no era su día. Y no lo era. Nole estaba en
lo cierto. La gloria, merecida, fue para el joven Alexander Zverev, que después
de un cierre feo la noche anterior, cuando había sido abucheado por la grada del
O2 de Londres por interrumpir un punto durante la semifinal contra Roger
Federer, salió a la pista con ganas de reventar todos los pronósticos y
demostrar que ya está para grandes labores. Por ejemplo, para tumbar al número
uno (6-4 y 6-3, en 1h 21m) y adjudicarse por primera vez la Copa de Maestros, su
mayor conquista hasta ahora.
Ayer lo bordó el alemán, un proyecto de figura que había pasado un mal trago
inmerecido y que tenía ganas de agradar y expresarse, así que ningún medio mejor
que la raqueta y ante un coloso como Djokovic, franqueado por Sascha y sin
armas, cegado. No había cedido el serbio una sola vez el servicio en toda la
semana, enlazando 40 juegos favorables cuando él ponía la bola en juego, pero
fue encontrarse con Zverev y sufrir una indigestión. Inmenso el tallo alemán
(1,98), asestó la primera cuchillada en el momento propicio, durante el tenso
ejercicio de equilibrios del primer set. Al noveno juego, quebró el saque del
rival y a continuación firmó tres aces con frialdad, como si enfrente tuviera a
un amateur en lugar de al mejor restador.
Zverev, 21 años, cerró el parcial y le planteó a Nole un maremágnum de dudas,
porque nadie, seguramente ni él mismo, esperaba semejante bofetada. Virtuoso en
la devolución, el de Belgrado apenas olió los saques en el primer tramo. Su
adversario le endosó una sucesión de golpes y con un 88% de primeros y un 86 de
segundos, edulcorados los porcentajes con siete puntos directos, no le dejó
levantarse. En seco, de frente, sin miramientos.
¡Zasca!
Pese a que el desarrollo del juego no acompañaba, a partir de ahí se podía
pensar en el enésimo levantamiento de Djokovic, tenista con mil trucos y mil
registros. Sabe Nole moverse en lo bueno y lo malo, pero esta vez no tuvo
reacción. En la segunda manda, sin poder coger aliento y rendido en todos los
peloteos largos (los hubo de hasta 28 golpes), el número uno fue inclinándose
conforme Zverev fue soltando el brazo. Le quebró el teutón otras dos veces el
servicio, con una réplica de por medio, y terminó cediendo a la evidencia:
anoche, la foto final era para el jugador al que todo el mundo mira y todos
señalan, que se hace de rogar –posee tres títulos del Masters 1000, pero su
rendimiento en los Grand Slams ha sido muy deficitario– y ayer recogió el
testigo de su compatriota Boris Becker, el último ganador alemán del Masters, en
1995.
Aires de grandeza... y hechuras de campeón
En un momento en el que se reprocha a los jóvenes no estar a la altura,
Zverev tiró en Londres la puerta, sucedió en el palmarés al desaparecido Grigor
Dimitrov e hizo un guiño a la historia: hace 10 años, en 2008, fue el propio
Djokovic quien elevaba el primero de sus cinco trofeos maestros; lo hacía con 21
años, y desde entonces era el más precoz en conseguirlo.
Lleva ofreciendo el de Hamburgo pistas desde hace tiempo. Tiene hechuras de
gran campeón, de que va a ser uno de esos tenistas que marquen época –o al menos
dominar en mayor medida el futuro a medio plazo–, pero en su breve trazado en el
profesionalismo también ha dejado indicios desidiosos que pueden conducir a
pensar que esos aires de grandeza que maneja pueden trabar una carrera que pinta
de fábula. El tiempo establecerá el límite, aunque el destino de Zverev parece
estar vinculado exclusivamente a su propio deseo: lo tiene todo para triunfar y
va dando pasos, tiene el molde y los golpes, de modo que si aparca algunos
vicios y no se despista demasiado puede gobernar el circuito porque no hay joven
con más empaque.