Mientras el presidente Vizcarra incrementa su popularidad –según Ipsos ha sobrepasado el 60% de aprobación- a costa de deslegitimar el trabajo del Parlamento, entramos en una situación riesgosa, a pesar de la felicidad de los antifujimoristas.
A nuestros Presidentes no les gusta el control. Ya hace más de cien años, en 1914, Víctor Andrés Belaúnde afirmaba en su discurso de inicio del año académico en San Marcos: “El Presidente de la República es un virrey sin monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores y sin juicio de residencia”.
El Presidente Vizcarra ha aprovechado el haber sintonizado con el sentimiento ciudadano que cuestiona al Congreso, y se ha puesto a la cabeza del movimiento anti Congreso, que tiene la fortuna de coincidir con el sentimiento antifujimorista. Así ha arrinconado a Fuerza Popular, que ha terminado por perder todo su peso político, lo que ha facilitado que Alberto Fujimori y su hija Keiko Fujimori estén con mandato de prisión.
Para todos los efectos, el Presidente Vizcarra no tiene hoy contrapesos políticos. Lo demostró con el proceso de reforma constitucional, donde exigió se respete sus proyectos y los plazos por él exigidos. Y así fue. Ha organizado el referéndum a su voluntad, sin respetar ni entender el proceso de reforma establecido en la Constitución, donde la primera votación se hace en el Parlamento y la segunda en referéndum. ¿Qué se vota? Pues la aprobación o desaprobación del texto aprobado por el Congreso. Sin reparo de nadie, el Presidente ha impuesto sus preguntas, que no necesariamente contemplan el integro de cambios constitucionales producidos en el Parlamento, sino solo lo que al Presidente Vizcarra le interesa preguntar.
Fuerza Popular ha pretendido reaccionar imponiendo sus votos en las acusaciones del congresista Becerril y del Fiscal de la Nación, e inmediatamente después aprobando al carpetazo la ley que permitiría a Alberto Fujimori tener prisión domiciliaria. Son muestras finales de un poder que los abandona, decisiones que con el pasar de los días serán revertidas.
Los últimos días hemos visto como las instituciones se han ido deteriorando,
como el contrapeso de poderes ha comenzado a fallecer, como la justicia resuelve
las dudas sobre quien es correcto y quien incorrecto para hacer política. Y como
le gusta la gente, la figura del mandón, del líder, del caudillo comienza a
tomar forma. Con la excusa de más democracia, vamos perdiendo la democracia.
Estamos advertidos.