EEUU está condenado a perder la guerra comercial con China
En una economía que crece, los aranceles añaden presión a los tipos de
cambio EEUU no puede ganar su guerra de aranceles contra China, sin importar
lo que diga o haga el presidente Donald Trump en los próximos meses. Trump cree
que lleva todas las de ganar en este conflicto, porque la economía
estadounidense es fuerte y porque políticos tanto republicanos como demócratas
apoyan el objetivo estratégico de frustrar el ascenso de China y preservar el
dominio global estadounidense.
Pero, irónicamente, esta aparente fortaleza es la debilidad fatal de Trump.
Aplicando el principio de artes marciales de redirigir la fuerza del oponente en
su contra, China puede ganar fácilmente la competencia arancelaria, o al menos
pelearle a Trump un empate.
Desde David Ricardo todos los economistas sostienen que restringir las
importaciones reduce el bienestar de los consumidores y dificulta el crecimiento
de la productividad. Pero la razón principal por la que Donald Trump se verá
obligado a ceder, aunque le cuesta, no es esa. Para evaluar las fortalezas
respectivas en el conflicto chinoestadounidense, hay otro importante principio
económico -poco invocado para explicar la futilidad de las amenazas arancelarias
de Trump- mucho más importante que el concepto ricardiano de ventajas
comparativas: la gestión keynesiana de la demanda.
Aunque es indudable que las ventajas comparativas influyen en el bienestar
económico a largo plazo, lo que determinará cuál de los dos países se verá más
presionado a pedir la paz comercial en los próximos meses serán las condiciones
de la demanda. Y atendiendo a este criterio, está claro que los aranceles de
Trump perjudicarán a Estados Unidos, pero no harán mella en China.
Desde un punto de vista keynesiano, el resultado de una guerra comercial
de-pende ante todo de si los contendientes están en recesión o tienen exceso de
demanda. En una recesión, los aranceles pueden estimular la actividad económica
y el empleo, aunque al precio de una menor eficiencia a largo plazo. Pero en una
economía que opera en su pleno potencial o cerca (como es claramente el caso de
Estados Unidos ahora), los aranceles sólo lograrán aumentar los precios y añadir
presión alcista a los tipos de interés.
En el nivel agregado, las empresas estadounidenses no hallarán trabajadores
dispuestos a trabajar por sueldos bajos para reemplazar los bienes importados
chinos; e incluso aquellas pocas empresas que encuentren en los aranceles un
motivo para competir contra las importaciones de China tendrían que aumentar los
salarios y construir más fábricas, lo que contribuiría a la presión alcista
sobre la inflación y los tipos de interés. Dada la escasez de capacidad
excedente, las nuevas inversiones y contrataciones necesarias para reemplazar
los bienes chinos serían en detrimento de otras decisiones empresariales que
eran más rentables antes de la guerra arancelaria con China. Así que a menos que
las empresas estadounidenses estén seguras de que los aranceles continuarán por
muchos años, no invertirán ni contratarán más trabajadores para competir con
China.
Suponiendo que las empresas chinas estén bien informadas y sean conscientes
de esto, no reducirán los precios de sus exportaciones para absorber el costo de
los aranceles de Estados Unidos. Eso obligará a los importadores estadounidenses
a pagar los aranceles y trasladar el costo a los consumidores (lo que añadirá
presión sobre la inflación) o a los accionistas reduciendo los dividendos. De
modo que los aranceles no serán un "castigo" para China, como el presidente
Donald Trump parece creer, sino que perjudicarán ante todo a consumidores y
empresas estadounidenses (como si fuera un aumento del impuesto a las
ventas).
Pero supongamos que los aranceles encarecieran tanto algunos productos chinos
como para sacarlos del mercado estadounidense. ¿De dónde saldrán sustitutos
importados a un precio competitivo respecto de los de China?
En la mayoría de los casos, la respuesta es: de otras economías emergentes.
Algunos bienes de baja gama, por ejemplo zapatos y juguetes, se comprarán a
Vietnam o la India. El ensamblaje final de algunos equipos electrónicos e
industriales se puede trasladar a Corea del Sur o México. Unos pocos proveedores
japoneses y europeos serán capaces de desplazar a fabricantes chinos de
productos de alta gama. De modo que en la muy limitada medida en que los
aranceles resulten un "castigo" para China, el efecto sobre otros mercados
emergentes y la economía global no será un "contagio" dañino, sino un ligero
estímulo a la demanda, resultante del reemplazo de las exportaciones chinas a
Estados Unidos.
Es verdad que los exportadores chinos pueden sufrir ligeras pérdidas mientras
otros productores aprovechan los aranceles estadounidenses para quitarles
mercado. Pero usando la gestión de demanda para compensar la pérdida de
exportaciones, China puede anular cualquier efecto sobre el crecimiento, el
empleo y las ganancias corporativas. En tal sentido, el Gobierno ya comenzó a
estimular el consumo y la inversión locales mediante una expansión monetaria y
una rebaja de impuestos.
Pero las medidas de estímulo de China hasta ahora han sido cautas (como
co-rresponde, teniendo en cuenta el impacto insignificante que los aranceles de
Estados Unidos han tenido sobre las exportaciones chinas). Sin embargo, si
empiezan a aparecer indicios de un debilitamiento de las exportaciones, China
puede y debe compensar la pérdida con medidas adicionales para estimular la
demanda interna; en principio, le bastaría aplicar un estímulo keynesiano a gran
escala para evitar cualquier daño derivado de los aranceles. Pero ¿querrá el
gobierno chino hacerlo?
Aquí es donde, paradójicamente, el apoyo bipartidario en Estados Unidos a una
"política de contención" en relación con China se vuelve en contra de Trump.
Hasta ahora los mandatarios chinos no han querido apelar abiertamente a
estimular la demanda como arma en la guerra comercial, porque el presidente Xi
Jinping tiene un fuerte compromiso con limitar el crecimiento de la deuda china
y reformar el sector bancario.
Pero es indudable que esos argumentos de política financiera contra la
aplicación de una política keynesiana son irrelevantes ahora que Estados Unidos
presentó la batalla arancelaria de Trump como la primera escaramuza de una
Guerra Fría geopolítica.
Es sencillamente inconcebible que Xi le dé más prioridad a la gestión del
crédito que a ganar la guerra arancelaria y así demostrar la futilidad de una
estrategia estadounidense de contención de China.
Esto plantea la pregunta de cómo reaccionará Trump cuando sus aranceles
comiencen a perjudicar a las empresas y a los votantes estadounidenses, mientras
China y el resto del mundo no se dan por enterados. La respuesta probable es que
seguirá el precedente de sus conflictos con Corea del Norte, la Unión Europea y
México: propondrá un "acuerdo", que no conseguirá sus objetivos declarados, pero
le permitirá alardear de una "victoria" y justificar la beligerancia verbal que
entusiasma a sus simpatizantes.
La técnica retórica de Trump, sorprendentemente exitosa, de "empezar gritando
y terminar mostrando bandera blanca" ayuda a explicar la coherente incoherencia
de su política exterior. Es probable que la guerra comercial entre Estados
Unidos y China ofrezca el próximo ejemplo.
ENTIDADES Generic placeholder image Anatole Kaletsky Economista jefe
y copresidente de Gavekal Dragonomics