Es difícil recordarlo ausente de esa aura de picardía y
vehemencia que iluminaba su espacio cuando irrumpía en cualquier sitio. Casi era
una marca de singularidad a la que solo le faltaba el código de barras. La
sonrisa guasona, sin embargo, jamás ocultó su profundo equilibrio de hombre
inteligente, versátil y sostenido sobre tres ejes fundamentales de vida: la
familia, la abogacía y el club Alianza Lima.
Luis Pizarro Aranguren —lo subrayan todos sus allegados en
estos días— fue un tipo excepcional. Pierdo el rastro de los años que lo conocí
y, pese a llevarle una década adelante en la edad, sé que acumuló bastante
tiempo. Lo asocio la última década a Ricardo Ghibellini, su gran amigo, en cuya
casa departimos y reímos muchas veces. Una de ellas a mediados del 2015 cuando
celebramos los primeros seis meses de este portal, Político.pe, con los
integrantes del staff de colaboradores. Fue una tarde inolvidable y la ocasión
en la cual Renato Cisneros me anticipó los ítems de su magnífica obra “La
distancia que nos separa”.
Y Lucho estuvo presente porque su pluma también aterrizaba en
el portal haciendo comentarios acerca del deporte más popular del mundo, bajo el
seudónimo de “Dr. Fútbol”. La sapiencia del balompié se inspiraba en una pasión
inconmensurable por el equipo del distrito de La Victoria, con la carga de sus
éxitos o fracasos. Asumió como un gran honor convertirse en delegado de Alianza
Lima ante la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional, gremio en el cual llegó
a desempeñar el cargo de vicepresidente.
Su vocación de jurista —que proyectó eventualmente al campo de
la docencia— lo llevó a constituir uno de los estudios de abogados más
importantes y sólidos del país: Pizarro, Botto & Escobar, el mismo que
(apenas en julio de este año) anunció su fusión corporativa con DLA Pipper,
firma multinacional europea de gran prestigio. La ceremonia contó nada menos que
con la presencia del exjefe de gobierno de España, José María Aznar.
El pasado 19 de agosto la noticia trágica nos golpeó como un
rayo de pena y desolación: Lucho había fallecido de un infarto en Buenos Aires.
“Noticia que te explota en el alma, que no quieres escuchar, que te impresiona
tanto que no quieres creer”, escribió en Facebook Fernando Tuesta Soldevilla,
camarada de correrías domingueras con la camiseta blanquiazul.
La cadena de dolor se hizo interminable. Claudia Izaguirre
recordó que Lucho —igual como ella lo hace ahora— se enfrentó hace varios años a
la maldición del cáncer. “Pero de las batallas del cáncer – añadió César Luna
Victoria – sus arterias quedaron deterioradas. Entonces murió en medio de
batallas profesionales, por viejas heridas de la vida. Como mueren los guerreros
míticos”.
Cadena interminable. Se evocó a su madre, Olga. Los tiempos
escolares en el centro educativo Santo Tomás de Aquino. A Ximena, la gran
esposa. A los hijos, Fernando y Victoria, cuyas caritas felices coronaban el
motivo de su máxima realización. Más familia, numerosos amigos, colegas
abogados, alumnos, admiradores, aliancistas como él. Cadena interminable.
Lucho Pizarro, aquí quedamos trajinando tu recuerdo entre
sonrisas por lo grata que fue tu compañía y amistad. Aquí quedamos también entre
dolidos y perplejos, por no entender lo inexorable de tu vuelo prematuro hacia
las dimensiones de lo eterno. Aquí quedamos pendientes de tomar la misma ruta,
abonando certezas de encontrarte otra vez con la mano extendida, el abrazo
inacabable y la mirada socarrona. Aquí quedamos seguros de que estás —como reza
la canción de Augusto Polo Campos dedicada a los mártires aliancistas de 1987—
sobre el cielo de Lima, llegando hasta la cima. Y que finalmente sobre el cielo
de Lima te quedarás.