El contralor descontrolado - Por Juan Carlos Valdivia - EL MONTONERO
Columna
El contralor descontrolado
27 de Junio del 2017
¿Cuánto
tiempo piensa tensar las relaciones con el Ejecutivo?
Cuando
uno escucha al contralor general de la República, don Edgar Alarcón, no deja de
llamar la atención la falta de ponderación de este funcionario, quien en su
intento por defenderse lanza acusaciones (contra la ministra de Educación,
contra la gobernadora de Arequipa), opina sobre asuntos que no son de su
competencia (“el premier no debiera asumir el MEF”) y desliza amenazas (“mis
conversaciones en PCM han sido grabadas”). Ayer ha anunciado revisar operaciones
de hace más de diez años sobre Camisea, que fueron archivadas por la Fiscalía y
el Congreso, pretendiendo involucrar en dicha investigación al actual presidente
de la República.
Alguien
lo ha engañado y cree que puede erigirse en un nuevo poder del Estado. La
necesidad de defenderse de las serias acusaciones lo está haciendo usar su cargo
y a su institución (Contraloría General de la República) como un instrumento
para su defensa. Esto ya es una muestra de no tener las cualidades para el
cargo. No hay que olvidar que Alarcón es otra de las herencias del gobierno de
Ollanta Humala.
El
contralor Alarcón se ha convertido en un peligro. No hay funcionario que se
quiera reunir con él, por el peligro de ser grabado. No hay funcionario que
quiera tomar decisión, por el riesgo de una denuncia temeraria. Su presencia
solo genera inmovilismo en el aparato estatal.
La
Contraloría ya no se limita a verificar la correcta aplicación de las normas
legales en lo que se refiere al gasto público. Ahora opina sobre la gestión de
los funcionarios, evalúa los criterios de los funcionarios para tomar decisiones
y se ha convertido, en la práctica, en un administrador de las políticas
públicas, y ya no en un controlador de la acción de gobierno.
¿Cuánto
tiempo piensa el contralor tensar las relaciones con el Ejecutivo? La presencia
de Edgar Alarcón se ha convertido en problema para el trabajo de la Contraloría.
Una persona honorable no permitiría el cuestionamiento de su nombre. Al
aferrarse a su cargo se muestra como un personaje que no valora su nombre ni
respeta su institución, a la que solo deteriora con su
reputación.
El
Código de Ética del Auditor Gubernamental de 1999 decía: “Reconocemos que
nuestra conducta debe ser irreprochable en todo momento, procurando adoptar
siempre el comportamiento que quisiéramos siguiera cualesquiera funcionario
público ejemplar, ya que aún una pequeña deficiencia perjudica la imagen de
integridad y calidad de quienes ejercen la auditoría gubernamental”.
¿Tendrá en cuenta estos conceptos don Edgar Alarcón?